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Pareciera que Estados Unidos estuvo representado por dos presidentes distintos durante la extensa gira de Donald Trump por el Asia. Durante su visita a cinco países de la zona, el mandatario estadounidense llevó únicamente dos temas en la agenda: las amenazas nucleares de Corea del Norte y el comercio, en su mayoría deficitario con las naciones del Asia-Pacífico.
Frente al primer asunto, Trump hizo un llamado a construir un frente unido contra el régimen de Kim Jong-un, a aplicarle las sanciones dictadas por el Consejo de Seguridad de la ONU y apelar a la diplomacia china para que persuada al norcoreano de cancelar sus ensayos balísticos. En este caso, el ocupante de la Casa Blanca ha encontrado que la concertación multilateral es la mejor receta para atemperar a un régimen agresivo e impredecible. Se habrá dado cuenta de que lanzarse en solitario contra Corea del Norte y amenazarla con “fuego y furia” no ha hecho más que confirmarle a Kim que sus inversiones en armamento nuclear le están rindiendo los resultados esperados; lograr que Washington renuncie a cualquier intento de remover al régimen. La moneda de cambio es ahora clara: si Trump garantiza la permanencia del gobierno de Kim, éste se abstendrá de amagar a sus vecinos y a Estados Unidos con sus juguetes nucleares.
El único intermediario viable para que se alcance un acuerdo entre Estados Unidos y Corea del Norte se llama China. A cambio de aplicar sus buenos oficios, el gobierno de Xi Jinping pedirá a Washington un reconocimiento de China como superpotencia y del Mar del Sur de China como zona de explotación exclusiva. No será sencillo que Estados Unidos esté dispuesto a pagar un precio tan elevado.
El segundo Donald de la gira fue más reconocible, reclamando el superávit comercial que los asiáticos mantienen con Estados Unidos. En el caso de China dejó atrás la beligerancia de la campaña electoral, cuando calificó al gigante asiático como “manipulador de divisas”. Culpó a los gobiernos anteriores de Estados Unidos de permitir esos abusos y confirmó que si él fuese chino, haría lo mismo; aprovecharse de quien se deje.
A lo largo de la gira asiática, Trump mostró una faceta diplomática que pudiera ser interesante para México. En todos los casos buscó generar empatía con los mandatarios extranjeros. Se expresó muy bien, en términos personales, de todos sus interlocutores, llegando al extremo de afirmar que tenía buena química hasta con el presidente de Filipinas, uno de los personajes más controvertidos a nivel mundial por su récord en derechos humanos.
Está por verse en qué se traducen esas supuestas buenas relaciones personales, qué pedirá a cambio. Pero el contraste no deja de ser notorio frente al trato que le ha dado a la señora Merkel de Alemania y otros mandatarios europeos. Respecto al presidente Peña Nieto no ha dicho si tiene buena o mala química. Por la reacción del canciller Videgaray en la misma gira podríamos deducir que México sigue muy alto en la lista de los países que no recibirán un buen trato del Presidente de Estados Unidos.
Internacionalista