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Este fin de semana se darán cita en Osaka los jefes de Estado y de Gobierno de las veinte economías más poderosas del mundo, con la notoria excepción de México. Uno de los dos temas prioritarios que figuran en la agenda es el de las reglas mundiales para el comercio y la inversión. Así, en el preciso momento en que nuestro país sufre un amago desproporcionado y fuera de toda normatividad internacional de parte de Estados Unidos para imponernos aranceles, el asiento de México se encontrará inexplicablemente vacío. Los anfitriones japoneses han colocado en el centro de la discusión la reforma de la Organización Mundial del Comercio, a la que México podría acudir para combatir las amenazas que provienen de Washington. A pesar de la importancia que ello reviste para el futuro económico de nuestro país, la silla de México se encontrará elocuentemente vacía.
La ausencia de nuestro primer mandatario en la reunión internacional más trascendente del año se prestará a un sinnúmero de interpretaciones. La pregunta clásica frente a este tipo de ausencias será si las condiciones en México están tan graves como para explicar que su presidente no pueda ausentarse del territorio nacional tres o cuatro días. Los inversionistas potenciales de Japón, de Alemania o del Reino Unido se preguntarán algo similar antes de comprometer sus recursos en el único país cuyo presidente no pudo asistir a la máxima cumbre económica del planeta. Sin quizá proponérselo o por no medir adecuadamente las consecuencias, la inasistencia del presidente de México podrá interpretarse como un síntoma de que nuestro país no anda bien.
Durante la Cumbre de Osaka se discutirán cuestiones centrales para el bienestar de los mexicanos. Además de los temas comerciales, la agenda de Osaka abordará los desequilibrios globales (relevante para las finanzas nacionales y la cotización del peso), la construcción de infraestructura de calidad (útil para obras como el Tren Maya o el proyecto transítsmico), el futuro del empleo (para los ninis de este mundo), cómo maximizar los beneficios y la seguridad social de los trabajadores y alcanzar una cobertura universal de salud. Todos estos asuntos forman parte de las prioridades de la 4T y serán analizados por un grupo de naciones que concentran el 80 por ciento del PIB global.
Ahí donde se definen y se acuerdan las reglas del juego mundiales, México estará al margen por voluntad propia. No tendrá voz ni participación en los debates ni podrá fijar sus posturas porque en estas Cumbres solamente pueden tomar la palabra los presidentes y los primeros ministros.
En los márgenes de la reunión de Osaka, nuestro Jefe de Estado habría tenido la oportunidad de dialogar a nivel bilateral con personalidades como la canciller alemana Angela Merkel o el presidente de China, Xi Xinping, cuyos países encaran presiones comerciales de parte de Washington, al igual que México. Habría podido explorar avenidas para la diversificación de nuestro comercio y de las inversiones que hoy se concentran en Estados Unidos y que por ende nos hace más vulnerables. Habría podido conversar con mandatarios tan experimentados como Vladimir Putin o socios tan cercanos como el canadiense Justin Trudeau. En un fin de semana en Osaka, hablando de austeridad en la utilización del tiempo y los recursos, el presidente de México podría haberse ahorrado la gran cantidad de viajes que se requerirían para entrevistarse con ellos uno a uno. Ahí estarán todos, los más relevantes para México, incluyendo por cierto al presidente de Estados Unidos, con quien podría haber intercambiado impresiones de manera directa por primera vez. A cambio de estas posibilidades desperdiciadas, los otros 19 líderes mundiales mirarán con perplejidad la silla vacía de México y se preguntarán, al igual que nosotros, las razones que le impidieron asistir a nuestro presidente.
Internacionalista