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Con tres tuitazos bien colocados, el señor Trump dejó perfectamente en claro que la política de apaciguamiento que México ha ensayado con él, desde que era candidato, no ha funcionado. Washington apuesta a la confrontación y México, todavía, a la cooperación y la negociación. Nuestro gobierno sigue abogando por el respeto y la moderación, mientras que el presidente de allá presiona y amenaza para que cumplamos su voluntad de este lado. El drama para nuestro país es que, a pesar de que se sigue deteniendo a migrantes centroamericanos y continuamos librando una sangrienta y muy costosa lucha contra las drogas, la Casa Blanca lo desprecia y México no obtiene nada a cambio.
Los tres tuits pusieron al descubierto la baraja negociadora de Trump. El último de ellos da la clave: si queremos que avance la renegociación del TLCAN, tenemos que aplicarnos primero en otras áreas de la relación bilateral que les interesan como es, precisamente, la contención de los flujos migratorios y el tráfico de estupefacientes. En pocas palabras: háganme la tarea y ya veré si les doy algún premio.
La amenaza de movilizar tropas del ejército estadounidense a la frontera es una treta de Trump para forzar al Congreso a que le conceda los 25 mil millones de dólares que demanda para construir el muro. Pero desde este lado de la línea no puede interpretarse más que como una acción desproporcionada, habida cuenta de que ya tienen grandes contingentes de policía fronteriza, agentes de migración y de aduanas. Dependiendo de la reacción y las decisiones que tomen las autoridades de nuestro país, el mandatario estadounidense podrá medir con claridad si México está dispuesto a aceptar cualquiera de sus ataques con tal de mantener vivas las negociaciones comerciales.
México tiene que revisar urgentemente su estrategia hacia Estados Unidos. Movilizar a las fuerzas militares a nuestra frontera común no solamente es un acto inamistoso y agresivo. Es un acto amenazante y potencialmente peligroso. México debe detonar de inmediato los mecanismos de consultas bilaterales para demandar una explicación detallada del operativo militar. Más aun, por tratarse de un asunto que puede poner en riesgo la seguridad y la paz internacionales, México no puede descartar la opción de que Estados Unidos presente sus argumentos ante la comunidad mundial, en los foros multilaterales, preferentemente las Naciones Unidas que tiene la responsabilidad de sancionar la amenaza y el uso de la fuerza en las relaciones internacionales.
Ante el riesgo inherente de fricciones en la frontera, llegó la hora de emprender una negociación en serio, que ponga sobre la mesa la integridad de los temas de la agenda bilateral, no solamente el comercio y las inversiones. Washington tiene que percatarse de primera mano del grave perjuicio que provocaría a sus propios intereses si México suspende su cooperación en materias de inteligencia, de combate al narcotráfico multinacional, de controles migratorios (no sólo de Centroamérica), de patrullajes costeros, lavado de dinero y trasiego de armas, entre muchos otros. La tesis mexicana tiene que plantearse con toda firmeza en el sentido de que no está negociado nada hasta que esté negociado todo el conjunto. De otra suerte, vamos a padecer todos los años que le queden al gobierno de Trump, esperando a ver qué nueva ocurrencia o ataque nos aguarda cada mañana.
Con un México inmerso en el proceso electoral y un gobierno al que le quedan pocos meses de gestión, los márgenes de maniobra se estrechan considerablemente. Los persistentes ataques de Trump no fueron atajados a tiempo y ahora parece demasiado tarde para generar una reacción y una estrategia creíbles. Por ello, los candidatos a la Presidencia no pueden soslayar los retos que alguno de ellos deberá enfrentar en la relación con Estados Unidos. La crisis desatada por Trump mostrará de cuerpo entero cuál de nuestros aspirantes tiene auténtica madera de estadista.
Internacionalista