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La crisis venezolana ha pasado de ser un conflicto político interno a uno de escala regional y ahora, a un asunto de implicaciones globales. Los intereses de las tres grandes potencias de nuestro tiempo —Estados Unidos, China y Rusia— se encuentran en ruta de colisión en torno a la nación caribeña. Para desgracia de los venezolanos, el drama por el que atraviesan no encontrará visos de solución hasta que estos tres gigantes ajusten cuentas.
Rusia nunca adoptó a Venezuela como la Unión Soviética lo hizo con Cuba. No obstante, desde los días de Hugo Chávez se convirtió en su principal proveedor de armamento y, en estos días críticos, envió a 400 elementos de seguridad con disfraz de contratistas. Aunque la espiral venezolana avanza a una velocidad insospechada, es poco probable que Moscú se lance en una defensa militar abierta de su socio latinoamericano. De lo que podemos estar seguros es que Rusia buscará elevar el precio de un desenlace que favorezca a Estados Unidos, obteniendo alguna ventaja en su esfera de influencia.
Por parte de China, el dilema es de orden económico y financiero. Washington deberá darles garantía sobre sus inversiones y algo aún más delicado e importante; el reconocimiento de actor global.
Para Estados Unidos, finalmente, el valor esencial de Venezuela no es el petróleo, como en el pasado, dada la creciente independencia energética que han logrado. El interés fundamental es de orden geopolítico: expulsar de su zona de influencia a sus dos grandes rivales y utilizar a Venezuela como muestra de su capacidad para ponerles límites.
Ninguno de los tres asumirá compromisos de defensa más allá del valor estratégico que les significa Venezuela. Pero eso no quiere decir que pueda servir como teatro de operaciones para desgastar a los contrarios.
Dentro de este panorama, el resto de la comunidad internacional —la UE y el Grupo de Lima— intentan una solución política y negociada, capaz de quitarle el fusible a una confrontación mayor. La cita del llamado Grupo de Contacto, que sesiona hoy en Montevideo y a la que asiste México, solamente puede ser exitosa si se logra el compromiso de las partes a convocar nuevas elecciones, con supervisión internacional. Sin embargo, el pronóstico no es favorable. La oposición y los países que apoyan a Guaidó rechazan una nueva ronda de diálogo, luego del fracaso teñido de engaño en que terminaron las conversaciones en Santo Domingo. Por su parte, Maduro ha dicho con todas sus letras que no seguirá el destino de Saddam Hussein o de Khadafi. Como medida intermedia, alguno de sus aliados pudiera ofrecerle abrigo. Pero antes de eso, sondeará el apoyo que pueda obtener de Rusia y de China hacia su régimen.
Así las cosas, Venezuela se ha convertido en un escenario de confrontación global. La propuesta que emerja de Montevideo deberá considerar estos factores geopolíticos y una inversión diplomática muy significativa. Una postura unificada de América Latina, rechazando enfáticamente una confrontación armada en nuestra región, abonaría a la distensión. Es hora de que todos los latinoamericanos generen una posición de consenso y envíen con claridad y contundencia su mensaje a las tres potencias. Se terminó el tiempo de las medias tintas y de una neutralidad inservible.
Internacionalista