En la última década, tres cuartas partes de las matanzas por motivos raciales o ideológicos en Estados Unidos fueron perpetradas por elementos de la extrema derecha; la otra cuarta parte provinieron de yihadistas. El asesino de Nueva Zelanda forma parte de ese grupo mayoritario. Este individuo, al igual que los carniceros de Pittsburgh y Carolina del Sur, han tomado inspiración en el noruego que aniquiló a cientos de personas en las afueras de Oslo. Este último (omitiré deliberadamente su nombre para privarlo de la publicidad que invariablemente buscan) escribió un manifiesto desde su celda, en el que expone la necesidad de que las parejas blancas tengas más hijos y pongan fin a la presencia de extranjeros, sobre todo musulmanes.
Bajo esta lógica, entrar a dos mezquitas en Nueva Zelanda y matar a sangre fría a 49 personas, no solamente está justificado, sino que debería ser la reacción natural de los blancos ante los migrantes. Los actuales mandatarios de Italia y de Hungría coinciden con el trasfondo de estas posturas; en Suecia, en Países Bajos y en Alemania, la extrema derecha ha encontrado un denominador común en su rechazo al migrante y con estas tesis han ganado espacios inéditos por la vía electoral. El presidente estadounidense, Donald Trump, los califica como una amenaza y, apenas ayer en la Casa Blanca, como invasores.
El australiano que perpetró el atentado en el apacible territorio kiwi, transmitió en directo la matanza por medio de Facebook, luego de colocar un manifiesto en Twitter. Los administradores de estas redes bajaron las imágenes y los mensajes tan pronto como se percataron de lo que estaba ocurriendo. Pero no lograron evitar que cientos de miles de personas observaran en vivo la carnicería. De hecho, con un poco de paciencia, quien quiera ver esta escena, puede encontrarla en alguna parte de internet. Estoy seguro de que la mayoría miró con repulsión estas imágenes. Pero tampoco podemos ser tan ingenuos para ignorar que algunos festejaron el hecho y esperan que los musulmanes abandonen sus países por miedo.
Las redes sociales pueden ser veneno puro para las mentes más frágiles. El Estado Islámico (EI) las ha utilizado con enorme eficiencia para reclutar a sus cuadros. Todos los casos recientes de asesinatos en masa, desde el tirador de Las Vegas hasta este asesino en Christchurch, responden al mismo patrón de conducta. Esto abre incógnitas muy importantes respecto a si las redes deben ser controladas y por quién, si debieran existir mecanismos de detección temprana de criminales en potencia y por ende permitir que “alguien” invada o se inmiscuya en nuestras comunicaciones. Puede ocurrir que al igual que desde el 11 de septiembre de 2001, por culpa de unos cuantos, todos los pasajeros de avión deben obedecer estrictos protocolos de seguridad, ahora también por culpa de algunos radicales se restrinjan las libertades que gozamos en internet.
Pero hay que tener cuidado. Las ideologías extremistas no nacieron con las redes. Hace 80 años la gente apenas tenía teléfono y surgieron con toda fuerza los nacionalismos y las ideologías más radicales. Así que, aunque se cancelaran todas las redes sociales, la xenofobia y la intolerancia encontrarían algún camino para diseminarse.
A mi juicio, es urgente que la educación moderna tome debida cuenta que los niños, los jóvenes y los profesionales se desenvuelven en la esfera digital. Hoy día, cualquier niño avispado puede aprender de sexo, de historia o de brujería con sólo tocar las teclas correctas en su iPad. Si en la casa, en los medios masivos o en la escuela no obtienen las vacunas de valores y de pensamiento crítico necesarias, seguiremos viendo la proliferación de este tipo de asesinos a los que, de acuerdo a lo que absorben de las redes sociales, les parece normal y hasta justificado, aniquilar a sus semejantes.
Internacionalista
Un niño coloca flores en un memorial por las víctimas que dejó el tiroteo
en la mezquita de Masjid Al Noor, en Christchurch, Nueva Zelanda. Foto: JORGE SILVA. REUTERS