Roma abre enfocando el piso. El agua va y viene como la corriente del mar. Alguien lava el patio. La espuma del jabón hace pensar en la espuma del mar. Pero hay algo más, un reflejo del cielo. De pronto, de entre la espuma se atraviesa un avión. La escena explica bien la esencia de Roma, la película de Alfonso Cuarón enfoca el mundo terrenal y al hacerlo refleja muchos otros mundos. Aunque Roma transita la cotidianidad del presente, intrínseco a ese mundo, hay un futuro que parece, como el avión, atorado en su propio reflejo. Si alguna vez el historiador Luis González utilizó la “insignificante” historia de un pueblo en Michoacán para contar la historia del país, en Roma, Cuarón de alguna forma cuenta la historia de una sociedad y un país a través de una familia. Roma no es una crítica social, pero sí es un testigo social que revela mucho con solo el hecho de mostrarlo.

El mundo que Cuarón presenta es un espacio de transición y decepción; un mundo donde las apariencias son engañosas y el constructo de la realidad, sumamente frágil. Tanto el espacio familiar como el social han construido una escenificación de formas más que de fondos, y por ello, la viabilidad de ambos espacios se sostiene con alfileres. Detrás de los muros, Cleo, la trabajadora del hogar, sostiene un coto de realidad al que de muchas formas es ajena. Afuera, el gobierno se aferra a autocelebrar un pequeño avance de infraestructura en medio de un mar de inmundicia. Ambos mundos acaban por erosionarse, y es este proceso el que parece el más difícil de asimilar. Hay un intento constante por esconder los cambios que sacuden las fibras que dan sustento a las apariencias, la familia perfecta-el gobierno todopoderoso; la mamá que se niega a aceptar que el padre los ha abandonado; el gobierno que manda a desaparecer a los disruptores de su orden para pretender que no existen. He ahí un mensaje que no es ajeno a nuestros tiempos: el mundo de las formas es sumamente vulnerable porque no resiste al cambio; por ello la única forma que tiene de enfrentarlo es negarlo.

No es la primera vez que esta temática aparece en una película de Cuarón. El cineasta suele hacer hincapié en esta relación entre el mundo social e individual. En Children of Men los personajes son víctimas perpetuas de su entorno; en Y tu mamá también los protagonistas transitan ajenos a él. En Roma el mundo exterior y el mundo interior están intrínsecamente entrelazados aunque no haya ningún esfuerzo tácito en los personajes porque así sea. Lo que pasa dentro de los muros de una casa puede, a veces, ignorar o mostrarse desinteresado en lo que sucede afuera, pero ambos mundos están condenados a estar ligados como el piso y el cielo en la escena inicial.

Estéticamente la película también es sumamente sugestiva. Los planos de Cuarón poseen una profundidad novelesca, cada uno podría ser el escenario de una película entera. Y es justamente en esa perfección estética donde yace otra gran revelación; físicamente el México de los 70 puede ser muy distinto al México actual, pero las problemáticas sociales siguen siendo las mismas. La revelación no es menor; la de un país que se ha enfocado en inventar nuevas formas para decir lo mismo. Un país de grandes contrastes que evita a toda costa asumirlos y enfrentarlos.

En Roma, las trabajadoras del hogar viven en una posición ambivalente, son el pilar de un mundo al que de otras formas no pertenecen. A pesar de la angustia personal que Cleo enfrenta durante la película, su propia vida parece de alguna forma sucumbir ante su rol en la vida de los demás; aquel mundo que le es imposible le es más real que el suyo mismo. La fuerza de Cleo radica en poder sostener ese mundo ajeno mientras ese mundo ignora cabalmente el suyo. En Roma, Cleo es acogida por la familia, en México, las trabajadoras del hogar siguen sin obtener el reconocimiento de los derechos que les corresponden.

Roma cierra en el mar, con la misma espuma que inició, con las mismas olas que de alguna forma parecen lavar y pulir el mundo que acarician; quizás hay un poco de esperanza olvidada en el piso. Nada ha cambiado salvo la aceptación de la realidad. Los personajes siguen viviendo el mismo mundo pero ahora han sido forzados a aceptarlo como es; imperfecto y cambiante como la espuma del mar. Lo implícito se vuelve explícito. Roma no es una historia de grandes triunfos o de superación personal sino un testimonio muy humano de los contrastes con los que vivimos. En su fibra humana es profundamente conmovedora, en su connotación social es perspicaz y elegantemente sutil. En ambos casos, pocas obras logran la perfección de esta película; Roma es uno de los grandes hitos en la historia del arte y la cultura de México.

Analista político

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