La 4T ha cimbrado el status quo político mexicano. Si bien en el fondo, la política no ha cambiado, las formas sí parecen haberlo hecho. Dentro de ello nada sorprende más que la ausencia de una oposición asequible. Como si el escenario político se hubiera acostumbrado tanto a que AMLO ocupara esa posición, que no se hubiera molestado en prepararse para cubrir ese vacío cuando éste llegara a la presidencia. Los últimos seis meses se han caracterizado por la ausencia de una voz crítica con resonancia, legitimidad y personalidad para guiar a las voces críticas con la 4T, no hay una narrativa convincente, un discurso coherente, una resistencia legítima.
Existen muchas explicaciones para ello pero la más importante está en la misma “oposición”. Los actores partidistas, empresariales e intelectuales que han sido desplazados del poder estaban tan intrínsecamente vinculados con el modelo anterior y su red pragmática de compadrazgos y cotos de poder, que son incapaces de transitar fuera de él. En algunos casos han intentado articularse, convertirse en portavoces del malestar, pero en el fondo del problema yace un planteamiento equivocado del malestar: esta oposición lucha solo por sus intereses, por sus privilegios, no lucha por un proyecto de país, luchan por un proyecto de vida. Bajo ese esquema camuflan sus intereses en una narrativa de oposición, de crítica, de desacato; en el fondo, su lucha es por lo que perdieron; su privilegio del acceso al poder.
En algunos casos resulta evidente una cierta dosis de cinismo: muchos de los personajes que se han convertido en voces críticas han estado en posiciones de poder y han sido ellos mismos incapaces o irresponsables a la hora de su accionar. El haber estado en el poder no te deslegitima para criticar, salvo que hayas actuado así como criticas. La incipiente oposición está llena de voces deslegitimadas por su propia actuar, voces que pretenden instruir un método inservible del ejercicio público o de consejos buenos que ellos mismos nunca siguieron.
Es cierto que AMLO ha sido muy hábil en impedir la proliferación de una oposición articulada; en especial a través de su manera dicotómica de catalogar las cosas, los buenos, los malos, facilita ese proceso. Cualquiera que decida hacerle frente inmediatamente es sometido a esa narrativa simplista, falaz, pero efectiva. Nada mejor para deslegitimar a alguien que asociarlo con el viejo régimen y la corrupción del pasado, sobretodo en un contexto que rechaza con razón ese pasado reciente. Es difícil darle la vuelta a ese discurso. Más allá de la oposición egoísta que lucha por sus intereses, hay muchas mentes que de forma inteligente no están de acuerdo con lo que está sucediendo; es alarmante que ninguna tenga por sí misma la legitimidad necesaria para esquivar el discurso polarizante de AMLO y plantarle cara.
La ausencia de una oposición legítima y articulada es preocupante. Los mexicanos tienen razón de estar enojados con el pasado reciente y de vertir sus esperanzas en un político, pero el hecho de que esto sea emocionalmente comprensible y quizás necesario, no lo vuelve políticamente plausible. Con los cambios refrescantes de la 4T, han llegado también decisiones sumamente preocupantes, obstinaciones costosas, errores importantes. En cualquier tipo de gobierno, gobierne quien gobierne, es sano para el ejercicio del Estado que exista una oposición legítima. Hoy en México no existe, y los personajes que pretenden construirla no tienen las credenciales ni las razones adecuadas para hacerlo. La crítica actual carece de inteligencia, de humildad, de creatividad. La crítica actual está sobrada de ego, bilis y clasismo. Hay mucho qué criticar, desde los funcionarios que hace unos meses criticaban y se alarmaban ante lo que ahora ellos mismas hacen, hasta la desintegración de las instituciones del Estado, pero no hay voces ni formas adecuadas de ejercer la crítica.
Como sociedad nos conviene construir mecanismos y portavoces de crítica, debate y disentimiento y no caer en la trampa de que todo lo que hace un político es bueno, ni la de que todo es malo. México ya obtuvo un nuevo gobierno, pero quizás ahora lo que más falta es una nueva oposición, ni la oposición que fueron los que ahora gobiernan, ni la que pretenden construir los que antes gobernaban; una oposición más profunda, más inteligente, más moderna y más audaz.
Analista político