En el 2006 el gobierno de Singapur convocó a un concurso internacional para construir los Jardines de la Bahía: un nuevo parque de más de 100 hectáreas. La intención era dar el banderazo de una nueva ciudad pensada en torno a la naturaleza. Para ello lo primero que debían de hacer era invertir los paradigmas de la política pública tradicional; no se trataba de construir un jardín en la ciudad sino de convertir a Singapur en una ciudad dentro de un jardín.
Los retos eran enormes, Singapur es una isla del tamaño de la mitad Londres y una población de 5 millones. En esas condiciones, cualquier espacio no ocupado es una gran oportunidad para el desarrollo. Aún así, Singapur optó por dar prioridad a una nueva visión ambiental que parte de un concepto que ellos han llamado “la densidad vivible”: crear calidad de vida en su inescapable densidad urbana.
A primera vista la tarea pareció imposible: ¿Cómo transformar todo ese concreto gris en espacios verdes? ¿Imaginando cosas chingonas? A falta de terreno, los singapurenses han tenido que hacer algo más que imaginar; han hecho lo que el sociólogo Henri Lefebvre llamaba “producir el espacio.” Han inventado áreas verdes en la altura, conectado parques para crear corredores, construido reservas de agua, pero sobretodo, han hecho lo más difícil, han tenido que optar por recuperar la naturaleza sobre la fácil ganancia económica de un nuevo boom inmobiliario. Singapur no carece de problemas internos, pero ha tomado decisiones valientes.
En la Ciudad de México también han habido proyectos que parecen rebelarse ante la dificultad de imaginar una ciudad armoniosa en medio de tanto chapopote. Teodoro González de León y Alberto Kalach empujaron un proyecto para recuperar el lago de Texcoco y con ello buscar el desarrollo social del oriente de la ciudad. Elías Cattan ha diseñado una propuesta para desentubar el Río Piedad. Estas propuestas son perfectibles pero presentan la posibilidad de una ciudad distinta. La diferencia es que en Singapur se han llevado a cabo y aquí no. ¿Por qué? Porque mientras que allá son las autoridades las que convocan a estos ejercicios de transformación, aquí en México esas autoridades los impiden, ignorándolos o llamándolos “proyectos utópicos.”
El tema de fondo es que las autoridades de la Ciudad de México han preferido convertir el poco espacio disponible en dinero. La política pública ha dado prioridad al boom inmobiliario —y el dinero que genera legal e ilegalmente— sobre un desarrollo sustentable que construya calidad de vida. Durante la administración de Miguel Ángel Mancera la ciudad se convirtió en una hortaliza de centros comerciales y espacios inmobiliarios. Ante un dilema similar al de Singapur, la administración de Mancera eligió el concreto sobre los árboles, el dinero sobre la inversión. Su idea del espacio público es clasista y anacrónica; construyeron su modelo de ciudad en torno a un “food court” y no a un parque. A las autoridades les parece una utopía recuperar un lago o un río pero no les causa remordimiento la distopia que ha creado su desastre urbano.
La elección de hace una semana podría traer un poco de esperanza en este tema. Por primera vez tenemos a una jefa de Gobierno con entendimiento del problema ambiental. ¿Tendrá Claudia Sheinbaum el valor de imaginar y luego transformar a la CDMX? El asunto se vuelve medular en la coyuntura actual. El futuro del viejo aeropuerto plantea una posibilidad única de acceso al espacio, pero ya hay quienes están saboreando el gran negocio que podría significar convertir el aeropuerto en un desarrollo inmobiliario. Ante ello se abre una interrogante ¿Recuperar el espacio público o construir más edificios? ¿Cuál será el modelo que marque el futuro de la ciudad?
A propósito del Mundial se decía que los mexicanos tenemos que imaginar cosas chingonas. Hay quienes ya lo han hecho pero han sido ignorados. El proyecto de la ciudad lacustre y de la recuperación de Río Piedad son ejemplos de que imaginación no falta; falta creer en la imaginación y llevarla a cabo. Recuperar nuestro entorno no es un asunto de estética o pudor; es la mejor manera de combatir la violencia, la desigualdad y la pobreza. ¿Podrá Claudia Sheinbaum imaginar una ciudad distinta? ¿Se atreverá a recuperar lagos, ríos y áreas verdes? ¿Por qué no imaginar una ciudad con parques, lagos y ríos?
Analista político. @emiliolezama