Hace seis años, a pocos meses de las elecciones presidenciales un grupo de estudiantes de la Universidad Iberoamericana recibió al candidato Peña Nieto entre abucheos y protestas; la respuesta del priísta y su equipo sentaría el tono de su sexenio; los minimizaría, llamándolos acarreados; la respuesta de los alumnos sentaría también el tono de la ciudadanía ante el sexenio; la protesta. El #YoSoy132 se planteó como un movimiento contra la acaparación de los espacios del quehacer público y el poder por parte de una estructura telecomunicativa y partidista; pero su verdadero origen yacía en un abrupto rompimiento generacional con los símbolos y formas de sus antecesores. Los estudiantes no cabían en el mundo claustrofóbico de una generación más preocupada por enarbolar su rol individual en la transición democrática que en evitar la amenaza inminente de la restauración del viejo régimen.
Las cúpulas empresariales e intelectuales no advirtieron en la llegada del PRI a Los Pinos un “peligro para México”, ni gastaron tiempo, dinero y esfuerzo en hacer todo para prevenirla, como había ocurrido seis años antes con otro candidato. Habían precedentes como para asustarlos, pero estaban empecinados en su propio poder, en su propia ambición y ego; al final, entendían al candidato como uno de los “suyos” y eso los tranquilizaba. Por ello, no entendieron que estaban construyendo el camino perfecto para su propia tragedia. El sexenio fue cobrando víctimas; los medios fueron alineados con el poder y la corrupción salpicó a pocos y enardeció a muchos. Y aún así la víctima más grande a largo plazo fueron ellos mismos; al cerrarle la puerta al reclamo de la juventud, no entendieron que estaban enmarcando su propia caída.
El régimen se restauró con voracidad, enamorado de haber recuperado su antiguo poder e inconscientes de un mundo que había cambiado sin ellos. Cuando más necesitaban despresurizar la olla, el gobierno electo le subió al fuego. Las cosas salieron tan mal que las vías de comunicación entre el poder y la ciudadanía se cerraron. Entonces, en lugar de rectificar, la cúpula reforzó su estrategia, construyó una interlocución tautológica con los únicos ganadores del sexenio: ellos mismos, y de tal forma el sexenio acabo excluyendo a todos.
Las juventudes se equivocan menos de lo que la gerontocracia cree; en Francia más de 55% de los votantes entre 18-24 años votaron contra Le Pen, número parecido al que votó por Hillary y en el Brexit se calcula que 75% de ese grupo votó en contra del aislamiento. En México la juventud también fue más sabia que sus predecesores; los jóvenes del #YoSoy132 vaticinaron la tragedia que sería el sexenio y el tiempo muy pronto les dio la razón. Hoy, los sectores más alarmados con el porvenir político de México podrían mirar atrás y asumir su rol en la construcción de su propia tragedia. Hace seis años miles de estudiantes del #YoSoy132 intentaron salvarlos. A seis años de ello, queda claro que el tutelaje moralista cayó ante un puñado de jóvenes que no había estado en el 88 pero sabían marchar y cantar.
El #YoSoy132 entendió que la resistencia pasaba por la apertura de espacios y no por la construcción de nuevas censuras; su lucha fue en oposición pero su motive fue el entusiasmo. En contraposición, el andar de las cúpulas no fue perturbado por el ruido de los marchantes, nadie les tendió un puente. Las cúpulas siguieron reforzando la estructura socio-política mexicana, Al igual que sus antecesores construyeron su idea de país desde el clasismo, racismo, la corrupción y la desigualdad. En lugar de abrir caminos a una reconciliación, se encantaron de su propio poder y ofrecieron aumentar la brecha de la división. Acabaron —como toda decadencia— en el exceso, y éste acabó con ellos.
En ese sentido el #YoSoy132 tuvo al menos un gran logro; se atrevieron a imaginar un cambio político que no pasara por el sistema de partidos. Con ello el movimiento logró evitar ser tragado por lo mismo que combatían. Uno de los lemas del movimiento era “si no ardemos juntos, ¿quién iluminará esta oscuridad?”; muchos ven en su inconsecuencia institucional postelectoral un defecto, todo lo contrario: la gran virtud del #YoSoy132 fue que ardió a tiempo para dejar su mensaje a la posteridad. Hoy que hay tanta polarización en torno a figuras y proyectos políticos deberíamos recordar el legado de este grupo de jóvenes. El 1ero de julio tendremos que elegir a un presidente, pero hagámoslo con mesura, el cambio de este país pasa por la sociedad no por un proyecto partidista o político.
Analista político