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Marcelina Bautista ha luchado durante 18 años por los derechos de las trabajadoras del hogar. En un país racista, clasista y misógino, eso no ha sido fácil. Durante muchos años Marcelina y las trabajadoras que se han sumado a su causa enfrentaron al peor enemigo de quien quiere hacer un cambio: la indiferencia social. Durante los sexenios de Calderón y Peña Nieto, la justicia social no figuró en la agenda pública, Marcelina y las trabajadoras recorrieron los pasillos del poder ejecutivo y legislativo y encontraron ahí promesas vanas, desaires o la impotencia de aquellos pocos que sí querían hacer algo pero no tenían el poder para realizarlo. La lucha de Marcelina parecía destinada a sumarse a la interminable lista de pendientes sociales que acumulan polvo en los archivos de los diferentes poderes del país.
En el 2000 Marcelina y un grupo de trabajadoras del hogar fundaron el Centro de Apoyo y Capacitación para Empleadas del Hogar (el CACEH) y lo volvieron la trinchera de sus futuras batallas por el reconocimiento de sus derechos; como muchas de los miembros del CACEH, Marcelina dejó su pueblo durante la adolescencia para trabajar en casas en la Ciudad de México, durante veinte años cuidó niños para otras familias, su lucha por los derechos de las trabajadoras viene de los aprendizajes de su propia experiencia; de trabajar en un ecosistema en el cual despojada de derechos y en situación de alta vulnerabilidad, dependía no de un marco legal de protección sino de la voluntad del empleador.
Es ese discurso de la voluntad, el que muchos mexicanos usan para legitimar esta injusticia cuando se enfrentan a la lucha de Marcelina y las trabajadoras del CACEH; plantean que ellos tratan bien a sus empleados domésticos y que además de ello les dan comida y muchas veces un lugar para vivir; el empleador asume erróneamente que tener su propia conciencia tranquila implica la tranquilidad de la empleada. La lucha de las trabajadoras del hogar no es por que las traten bien o las vuelvan “casi parte de la familia” sino por algo mucho más importante, que se reconozca y por lo tanto se respeten sus derechos como trabajadoras. Un trabajador que no es protegido por un marco legal está siempre en alta vulnerabilidad, cuando ese trabajador es indígena y mujer la creación de un marco legal y sistémico que proteja se vuelve más urgente.
Roma mostró estas discrepancias e hipocresías con sutileza. No fue una denuncia explícita sino una pequeña cortina que abrió para mostrar un espejo de quién somos. El arte suele ser más eficaz que la política porque es capaz de trascender la denuncia y plantear en su lugar una visión, un entendimiento o una gran revelación. En la sutileza de la película las inconsistencias de un sistema que ha despojado de derechos a las trabajadoras fue revelado para aquellos que quisieron verlo. Ese no era el propósito central de la película porque el arte no necesita un propósito central, pero justamente por ello fue mucho más eficiente en construir un debate público en torno a la discriminación, el racismo y la falta de derechos de las trabajadoras. Ante el gran espejo de esta obra de arte, muchos vicios sociales quedaron expuestos.
Marcelina Bautista, el CACEH y muchas organizaciones que han apoyado la causa como Semillas, Hogar Justo, Nosotrxs, Conapred y el ILSB supieron canalizar el debate público para poder construir un cambio que sienta precedentes en México. En pocos meses, la causa de las trabajadoras del hogar pasó de la periferia al centro de la agenda, la SCJN emitió un fallo que obligó al IMSS a crear un programa piloto para las trabajadoras, el IMSS lo acató inmediatamente y hace unos días lanzó el programa, el senado votó por unanimidad una reforma a la ley del trabajo que provee de derechos a las trabajadoras y parece haber una disposición generalizada para garantizar que la lucha del CACEH y tantas otras organizaciones logre una transformación histórica en el país.
Los acontecimientos recientes demuestran que cuando hay voluntad y cooperación el cambio es posible, pero al mismo tiempo confirman que en México la cultura y el arte y no la política llevan la batuta histórica de la transformación social. Quedan dos pendientes; presionar para que el gobierno ratifique el Convenio 189 de la OIT lo más pronto posible e inscribirse al programa piloto del IMSS para las trabajadoras del hogar. Esto último es imprescindible. Quizás como una rara excepción en nuestra historia política, en el caso del programa piloto del IMSS, la pelota está en nuestro lado de la cancha, depende de que la sociedad responda para que los cambios implementados surtan efecto.
Analista político.
@emiliolezama