Nuestro país debe detenerse a hacer una reflexión profunda sobre la mujer y cómo se le entiende, cómo se le trata en el espacio público y en la convivencia cotidiana. En una sociedad profundamente machista, la mujer no solo debe abrirse paso para alcanzar sus metas educativas y profesionales, sino también, en algunas zonas del país principalmente, debe tomar medidas extremas, extraordinarias, para cuidar de su propia vida.
Hay una preocupación generalizada sobre los casos en los que mujeres han sido asesinadas en circunstancias en la que se manifiesta la violencia de género; sin embargo, también inquieta la agresión que se ha normalizado con su presencia en la vida pública. La mujer en México todavía tiene un largo camino por recorrer para que se le reconozca en su entera dignidad no solo ante la ley, sino ante la sociedad en lo práctico.
Como da a conocer EL UNIVERSAL, hoy todavía son vigentes tradiciones que vulneran los derechos humanos fundamentales de las mujeres en la Ciudad de México. En la delegación Milpa Alta se mantiene vigente el robo de novias, práctica que consiste en que hombres mayores de edad se lleven a vivir con ellos a mujeres más jóvenes, en ocasiones contra su voluntad. Las autoridades dicen que se trata solo de una costumbre; especialistas lo asumen como un patrón cultural de aquella zona de la ciudad.
¿Cómo tiene que ser percibida la mujer en la memoria, en la conciencia de una civilización, para que un hombre entienda que es socialmente aceptable robarse a su novia? Es, quizá, la misma conciencia que permite que una persona agreda a una mujer desde una posición de poder y saber que no habrá consecuencias para sus acciones. Los dolorosos feminicidios en Ciudad Juárez, Chihuahua, y en el Estado de México, cada episodio en su línea de tiempo, fueron solo presagios: la mujer no vive segura en nuestro país.
En México agredir y violentar mujeres no suele tener consecuencias legales. No obstante, si bien la solución pasa por leyes e instituciones más fuertes, lo cierto es que la batalla principal está en el terreno de lo cultural. La cosificación de la mujer es parte de los códigos de convivencia de nuestro tiempo, fenómeno que si se mira bien es perceptible en lo cotidiano.