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La historia de todos los países está marcada por hechos violentos que marcan un antes y después en la construcción de una mejor sociedad. México tiene numerosos hitos que han contribuido a moldear el rostro del país que somos en el siglo XXI.
Este 2018 se cumple medio siglo de los sucesos ocurridos en Tlatelolco el de 2 octubre de 1968, cuando el conflicto estudiantil que se vivió esa época fue reprimido de manera sangrienta por el Estado.
Una generación completa, y muchas que le han seguido, adoptaron la bandera del movimiento para reclamar mayor apertura política y condenar los abusos desde el poder. Sus demandas pueden resumirse en una sola: democracia.
Desde principios de año EL UNIVERSAL ha venido publicando entrevistas con los principales actores y aportando nuevo material sobre el tema, además de contar con un sitio especial y una opción en las redes sociales para que los lectores sigan las investigaciones publicadas, y para que cualquier persona pueda aportar fotografías, documentos o historias.
Hoy, a exactamente 50 años del inicio del movimiento, cuando rencillas entre alumnos de distintos planteles del nivel bachillerato, y la posterior intervención policiaca, fueron el detonante de movilizaciones, se publica el testimonio de Francisco Eduardo de la Vega. Sus palabras recuerdan lo que era común: pensar distinto se pagaba con cárcel “y casi con la eliminación física”.
Hace apenas unos años México comenzó a avanzar en materia de defensa de los derechos humanos. Las víctimas tienen forma de hacerse escuchar y de reclamar ante actos de fuerza del Estado, pero el camino se comenzó a andar justamente hace 50 años. De la Vega es una de las dos personas que el Estado, a través de la Comisión Ejecutiva de Atención a Víctimas (CEAV), declaró el 8 de enero de 2018 como víctima de la represión del movimiento estudiantil de 1968.
La política de atención a víctimas es uno de los logros alcanzados, así como la forma en que actualmente los gobiernos dirimen los problemas. Ambos procesos están en vía de consolidación. La sociedad civil ha ganado espacios, aunque en ocasiones algunas autoridades parecen regateárselos.
Recordar la dolorosa experiencia de 1968 debe servir para afianzar las libertades hoy adquiridas. Olvidarla sólo contribuiría a deshacer el camino andado.