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Quizá es mi percepción, pero me parece que el tiempo de expectativas , incertidumbres y críticas entre la elección presidencial del pasado julio y la toma de posesión presidencial del próximo diciembre tiene un precedente importante . Un tiempo lleno de lecciones para nuestro presente.
François de La Rochefoucauld
Para aquellos que teníamos la edad legal para emitir el voto en el 2000 , en mi caso la superaba ya con creces, fue una época emocionante y llena de incertidumbre. Por fin se había logrado lo impensable: un candidato sacaba al PRI de los Pinos con la fuerza de las urnas .
El discurso de campaña de Fox nos llenó de expectativas. Hoy, hoy, hoy tendríamos un cambio y se acabarían las corruptelas, se desmantelaría el aparato corporativista del hasta entonces partido hegemónico y podríamos reformar y refundar el Estado , siempre asegurándonos tener a los mejores y más aptos en las posiciones claves del gobierno panista .
Se realizó un proceso inédito de headhunting para formar al “gabinetazo” y nos pudimos congratular de ver figuras que encarnaban la lucha histórica por la democracia nombrados en puestos claves del gobierno federal, ademas Porfirio Muñoz Ledo fue puesto a cargo de la Comisión para la Reforma el Estado.
Lo que sucedió sigue sacudiendo la memoria de aquellos que lo vivimos.
Tras la luna de miel, el presidente de la alternancia y de la prometida democracia acusó a los medios de crear casi de la nada acusaciones de tráfico de influencias y negocios ilícitos contra su familia política , de la misma forma se deslindó de sus responsabilidades con un fácil “¿y yo, por qué?” y se dedicó a hacer desfiguros de ranchero por el mundo. La prometida reforma del Estado nacional se olvidó y prefirió hacer uso de las estructuras autoritarias existentes.
Es cierto que no todo fueran malas cuentas de su sexenio. Durante su gobierno se expidió la primera ley de acceso a la información pública y se logró mantener bastante tranquila la nave de la economía.
Sin embargo, estos logros quedaron eclipsados por una sensación de profundo desencanto , ya que el discurso que prometía el cambio se fue diluyendo cada vez más, llegando al punto de que se rumorara una intentona de heredar la silla presidencial a su consorte.
Y es que las expectativas constituyen un tema muy espinoso de manejar. Entra más se generan, más fácil es incumplirlas , desilusionar a la ciudadanía y mayor el sentimiento de engaño y molestia que se incrusta en ella.
En ese entonces, 18 años atrás, las expectativas eran muy altas, el resultado francamente decepcionante. Vicente Fox quedó en la historia de nuestro país como el primer ciudadano que logró romper el dominio electoral del Estado en la elección presidencial y como una de las grandes decepciones de la política de toda nuestra historia.
El día de hoy corremos el riesgo de que un escenario similar ocurra.
El nuevo presidente de la alternancia y la democracia ha generado un discurso que engloba muchas más promesas que aquellas que Fox manejó.
Sumemos que el país no es, ni de lejos, el mismo que en el 2000. Hemos perdido la percepción de que somos un país seguro , al igual que en su alianza económica norteamericana, sufrimos los embates de una cruenta guerra interna contra el crimen, al tiempo de que crece el hartazgo ante la corrupción y las benditas redes sociales han generado una dinámica social de presión permanente hacia los gobernantes. Todo esto se traduce en un margen de maniobra ínfimo y una paciencia casi inexistente.
Este mecanismo de retroalimentación ante el uso exhaustivo de un discurso lleno de promesas puede desgatar el discurso del gobierno de López Obrador incluso antes de tomar legalmente el poder, con el efecto de destruir las expectativas y dejar, de nuevo una profunda decepción, tal como sucedió con Fox.