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La evaluación es una función que realizan todos los animales racionales para comportarse de acuerdo a las circunstancias y adaptarse al medio que los rodea. Igualmente, la evaluación es esencial en una sociedad democrática para que ésta funcione correctamente. Los gobiernos deben obligarse a evaluar todos los programas donde se utilicen recursos públicos; no solo para identificar áreas de mejora, sino también para rendir cuentas a la sociedad. Entre mejor estén diseñados los componentes evaluativos de un programa gubernamental, mayor serán sus beneficios para el país. Por ello, se han instrumentado distintos programas de calidad que evalúan y certifican los procesos de las instituciones, públicas y privadas, como es el caso de las normas ISO 9000.
En el ámbito educativo, la evaluación es consustancial a su función formadora; no se puede concebir una acción educativa sin su correspondiente acción evaluativa. Se evalúa para corregir y mejorar tanto los procesos como los resultados de los programas educativos; pero también se evalúa para certificar procesos, programas o personas. Por esta razón, los docentes evalúan a sus estudiantes durante el ciclo escolar y al final de éste. Durante el año escolar el maestro utiliza las evaluaciones para retroalimentar a sus estudiantes sobre su aprendizaje. Pero al término del ciclo escolar el profesor emite un juicio sobre el logro académico de cada estudiante, lo que se materializa en una calificación. Este juicio sobre el aprovechamiento de los estudiantes se vuelve en una certificación de lo aprendido por los estudiantes.
Pero la evaluación no solo la practican los docentes. También las instituciones educativas utilizan la evaluación para certificar a personas y a programas educativos. Tales son los casos de los profesores que presentan exámenes de oposición para ingresar a las universidades o para recibir estímulos económicos. O bien, el de los programas de bachillerato, licenciatura y posgrado que son evaluados por agencias externas para poder obtener recursos extraordinarios.
Por ello, llama tanto la atención que se satanice a la evaluación de los docentes y que se diga que ésta se debe de utilizar solamente con propósitos formativos, dejando a un lado a una de las funciones más importantes: la de certificar competencias y servir como un mecanismo de control de calidad. Imaginemos que esta regla se aplique en todos los procesos educativos y que ningún estudiante ni profesionista será evaluado para certificar sus competencias académicas o profesionales. Todos acreditarán los cursos, serán promovidos a los siguientes grados y serán certificados automáticamente. Tampoco habrá concursos para seleccionar a los estudiantes a las universidades, ni concursos de oposición para conseguir una plaza docente, ni evaluación del desempeño para otorgar estímulos a profesores, ni habrá evaluaciones instituciones para acreditar los programas educativos. No habrá ni estudiantes ni instituciones que gocen de mayor prestigio académico, pues no habrá evaluación de sus procesos ni de sus resultados. Todos por igual; pero, igualmente malos.
Me pregunto: ¿quién le teme a la evaluación docente? En su mayoría, los que no se esfuerzan, no estudian, los que no se capacitan, los que están seguros de reprobar, los que justifican su fracaso en las evaluaciones “mal elaboradas”, en las evaluaciones estandarizadas (sin saber su significado), en los propósitos “ocultos, perversos y políticos” de las evaluaciones. Resulta paradójico que en Oaxaca los padres de familia no quieran a los docentes de la CNTE y que exijan que los profesores de sus hijos sean docentes “idóneos”: es decir, aquellos certificados por la evaluación que va a desaparecer AMLO.
La evaluación es solo un instrumento que sirve para mejorar a las personas, los procesos y las instituciones. No se le debe de tener miedo; por el contrario, hay que estudiarla, conocerla bien y saberla utilizar inteligentemente.
Presidente del Consejo Directivo
de Métrica Educativa. Ex presidente
de la Junta de Gobierno del INEE