En estos días se está discutiendo en la Cámara de Diputados la propuesta educativa del secretario de Educación, Esteban Moctezuma Barragán. Entre las muchas ausencias de esta iniciativa destaco, por ahora, la eliminación de los programas de educación inicial. Simplemente lo borran de sus prioridades, en cambio anuncian con “bombos y platillos” la creación de 100 nuevos centros universitarios. Se les olvida, o posiblemente no lo saben, que en los primeros años de vida de un infante se desarrollan el lenguaje y las habilidades de comunicación, el razonamiento numérico, así como diversas capacidades cognitivas necesarias para conocerse a sí mismo y al mundo que los rodea.

La pobre concepción que se tiene de esta etapa de desarrollo del individuo hace que las autoridades del gobierno se refieran a ellas como guarderías o estancias infantiles, nombres que hacen alusión a lugares donde se dejan, se cuidan, se vigilan y se entretienen a los infantes.

Bajo esta concepción se puede entender la gran torpeza del secretario de Hacienda de proponer que los abuelitos sean quienes pueden cuidar a sus nietos. Si solo se tratara de cuidar y vigilar a niños, seguramente, no sería tan escandalosa tal idea. Sin embargo, éste no es el caso. La investigación sobre desarrollo infantil apunta en el sentido de que son los tres primeros años de vida los que pueden hacer la diferencia entre un infante que tenga éxito en la escuela de aquel que sufrirá un rezago que le impedirá alcanzar escolarmente al resto de sus compañeros.

Es sabido que los niños desarrollan el lenguaje durante los primeros 30 meses de vida, que adquieren las habilidades previas para la lectura (readiness) de los 2.5 a los cinco años, que aprenden-a-leer (learning to read) de los seis a los ocho años y que desarrollan la habilidad de leer-para-aprender” (reading to learn) de los nueve a los once años. Es común que, en las clases sociales más privilegiadas, esta cronología del aprendizaje y dominio del lenguaje se dé de forma muy natural y fluida.

Por el contrario, generalmente, en las clases más desprotegidas, donde en las familias prevalece el analfabetismo y la baja escolaridad (ej.: zonas indígenas, campos migrantes agrícolas, áreas rurales y de alta marginación), los niños se retrasan considerablemente en la adquisición y dominio del lenguaje. Así, desde muy temprana edad se producen brechas en el dominio del lenguaje oral y escrito que, con el paso del tiempo, se van abriendo. Ésta es la razón principal por la cual los niños que se desarrollan con severas carencias materiales y lingüísticas no logran aprender lo mismo que aquellos que gozan de buenas condiciones para el desarrollo infantil.

Lo anterior está muy bien documentado en las evaluaciones de aprendizaje nacionales e internacionales, las que siempre muestran el mismo patrón de resultados: a mejores condiciones de crianza, mejores aprendizajes. Sin embargo, es posible revertir este efecto perverso del contexto social en que vive un niño pobre, siempre que el infante tenga la oportunidad, desde muy pequeño, de ser expuesto a un medio rico, en cantidad y calidad de interacciones lingüísticas y sociales. El proyecto norteamericano que documenta lo anterior se conoce como Head Start.

Los niños tienen un mejor progreso si ingresan al preescolar con un lenguaje fuertemente desarrollado y con diversas destrezas de comunicación. Como ya se dijo, la regla general es que el desarrollo del lenguaje depende del grado de exposición que tengan los niños a un lenguaje abundante, rico y diverso. Un buen desarrollo del lenguaje a temprana edad permite que los niños puedan desarrollar: un conocimiento general de sí mismos y del medio que los rodea; habilidades sociales, comportamientos adecuados para el aprendizaje; así como una variedad de destrezas cognitivas.

La habilidad de leer es fundamental para que el niño tenga éxito en la escuela y, a fin de cuentas, a lo largo de toda la vida. La transición más crítica se da en las etapas de aprender-a-leer a leer-para-aprender. Esta transición se da en la mayoría de los estudiantes entre los 8 y 9 años de edad, lo que usualmente suele ocurrir al término del tercer grado de primaria. Los escolares que no logran esta transición a tiempo se rezagan enormemente del resto de sus compañeros, a tal grado que la diferencia en la habilidad para comprender textos puede ser hasta de seis grados escolares para los estudiantes que terminan el tercer grado de secundaria. Es decir, estudiantes que al terminar la educación básica tengan una habilidad de comprensión lectora de un alumno de cuarto grado de primaria.

La idea de terminar el programa de estancias infantiles para darles el recurso a los abuelitos para que alimenten y cuiden a sus nietos es una ocurrencia decimonónica, que muestra una gran ignorancia del gobierno en turno sobre el desarrollo intelectual y lingüístico de los niños. No se trata de invertir en guarderías o en estancias infantiles, sino en verdaderos centros de desarrollo infantil, con personal especializado que ayude a compensar las carencias cognitivas y de lenguaje que los niños más pobres padecen en su hogar. De no hacerlo, estos niños estarán destinados al fracaso escolar y, como lo documentó Gilberto Guevara Niebla, abonarán para que sigamos siendo un país de reprobados.

Eduardo Backhoff Escudero
Presidente del Consejo Directivo de Métrica Educativa, A.C.
@EduardoBackhoff

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