Pocos sindicatos en México se ocupan de manera real de los problemas de los trabajadores. Por el contrario, se han servido de estos para mantener en los liderazgos a pequeños grupos. Muchos gremios se han vuelto cotos para el enriquecimiento de líderes y su camarilla.

Hay un control casi total sobre el trabajador. Los sindicatos son los que operan las vacantes en la organización y deciden quiénes ocuparán los espacios. Por ello no es raro encontrar familiares de los dirigentes en diversos puestos. Heredar los cargos jerárquicos es otra de las prácticas. La búsqueda del bienestar de los agremiados queda relegada.

Una de la características de la primera mitad del siglo XX en México fueron las luchas de trabajadores por mejorar su nivel de vida. Precisamente la mala condición de jornaleros y las huelgas mineras de 1907 fueron detonantes de la Revolución que se dio hace 108 años. Al finalizar el movimiento armado la situación se modificó para los obreros, pero siguieron presentándose demandas de una mejor situación laboral.

Al amparo del poder público surgieron organizaciones gremiales que fueron útiles para una época. Cuando la vida política del país se modificó, desde finales de la década de los 90, se abrieron muchos sectores que habían permanecido cerrados, con excepción de los sindicatos. La ausencia de vida democrática en la mayoría de ellos es incontrovertible.

Hoy, el gobierno que iniciará funciones en ocho días ha dicho en varias ocasiones que impulsará la democracia sindical, que los dirigentes serán elegidos en votaciones libres y secretas y no “a mano alzada”. Buena señal, aunque también se requiere, por ejemplo, mayor participación de trabajadores en las revisiones de los contratos, y no sólo los dirigentes, además de transparencia para conocer el uso y destino de los millones de pesos que se obtienen de las cuotas sindicales, los beneficiarios deben ser los propios agremiados y no los dirigentes.

En este momento el Sindicato Nacional de Trabajadores de la Educación está recomponiéndose. Debería ser el primero de muchas organizaciones que por largo tiempo se han mantenido en la opacidad y con actitudes poco o nada democráticas. Es urgente que se adapten a las nuevas condiciones de transparencia y democratización que llegaron hace varios años y que, aparentemente, han ignorado de manera deliberada. Su enfoque debe ser elevar la productividad y al mismo tiempo el nivel de vida de los trabajadores.

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