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Uno de los temas que históricamente ha dividido a México y Estados Unidos es el migratorio. Con excepción del periodo de la Segunda Guerra Mundial, cuando ambos países convinieron un acuerdo para que mexicanos laboraran en campos de cultivo estadounidenses —de 1942 a 1964—, la migración de trabajadores a la nación vecina ha sido rechazada siempre de manera oficial, pero aceptada de manera subrepticia por empleadores estadounidenses.
Por esa falta de acuerdo para reconocer la necesidad de fuerza laboral en Estados Unidos, la migración mexicana se dio sin el mínimo de garantías. Quienes tomaban la decisión de emigrar, arriesgaban su vida al caminar durante horas por el desierto o al encontrarse con agentes de la Patrulla Fronteriza. Miles perdieron la vida en el intento.
En estos días, las diferencias entre las dos naciones han subido de tono por el tema migratorio, aunque no por el éxodo de mexicanos, sino por los miles de centroamericanos que se encuentran en ciudades mexicanas que hacen frontera con EU y por otros tantos concentrados en estaciones migratorias ubicadas en Chiapas esperando continuar su travesía al norte del país.
El presidente estadounidense Donald Trump asegura que México no hace nada por contener los flujos migratorios y advirtió que esta semana podría cerrar la frontera común si nuestro país no detenía “inmediatamente” toda la inmigración ilegal. México, por su parte, reconoció que en febrero más de 76 mil migrantes fueron detenidos en EU después de cruzar por territorio mexicano “y en marzo serán más de 100 mil, muchos de los cuales entraron al país en caravana”.
Dos posturas enfrentadas: la de cero tolerancia del gobierno estadounidense y la de puertas abiertas —de manera regulada— del gobierno mexicano. La postura oficial de EU carece del apoyo de la mayoría política. Desde esa perspectiva, es correcto que el gobierno mexicano comience a establecer puentes con otros interlocutores clave en la política estadounidense. Integrantes del Congreso estadounidense se reunieron con el presidente Andrés Manuel López Obrador y expresaron que lo ideal es que ambos países construyan puentes, piensen juntos y hagan lo que es mejor para la relación.
La solución no puede darse de manera unilateral ni violenta. Además, no es un asunto de dos naciones, sino regional, cuyo origen precisamente se encuentra fuera de México y EU. En la discusión del fenómeno migratorio hay actores que están quedando fuera y tendrían que ser incluidos. El desarrollo centroamericano debería ser la prioridad.