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La exigencia del gobierno estadounidense de que México frene la llegada de migrantes centroamericanos —o de cualquier otra nacionalidad— a su frontera sur pondrá a prueba muchos aspectos en nuestro país: el sistema migratorio, la capacidad gubernamental para atender a miles de solicitantes pero principalmente el sentimiento de tolerancia hacia el extranjero.
La situación no se vislumbra fácil. Por un lado, el presidente Andrés Manuel López Obrador anunció ayer que los programas federales se ampliarán en la frontera sur con el objetivo de tener más fuentes de empleo que ofrecer a los migrantes de Centroamérica. Sin embargo, de acuerdo con una encuesta que hoy publica EL UNIVERSAL, en tres meses creció el porcentaje de personas que está de acuerdo en impedir el ingreso a todos los que llegan sin documentos y casi 60% se declara en contra de que se les otorgue refugio. Una proporción similar rechaza que se les otorgue visas de trabajo.
Para la oficina en México del Alto Comisionado de Naciones Unidas para los Refugiados, el país tiene una población refugiada pequeña en comparación con el total de habitantes.
Con seguridad el país puede dar refugio a más migrantes, la cuestión es que esa salida nunca le interesó a gobiernos anteriores. En los hechos, durante años se impulsó la migración. Se dejó crecer el fenómeno sin poner orden en el tránsito de centroamericanos. Las bandas de traficantes de personas operaban libremente. La Bestia se volvió incluso un término bastante conocido para referirse al ferrocarril al que solían trepar los migrantes para trasladarse del sureste al centro del país.
Ahora que el gobierno estadounidense presiona a México para poner un alto al flujo migratorio, surgen las debilidades operativas para dar orden al caos fronterizo.
La tradición ganada en el siglo XX, de ser un país que recibe a quienes huyen de regímenes nada democráticos o de naciones en situación de guerra, no ha prevalecido en lo que va del actual siglo. Esta semana se cumplieron 80 años de que México acogió a exiliados españoles que huían de la guerra civil y de la dictadura franquista. Hace décadas chilenos, argentinos y uruguayos también decidieron emigrar a México tras vivir experiencias de gobiernos militares. Esos hechos parecen haber quedado en el olvido.
Ahora en México comienzan a ser mayoría los que están en contra del extraño. No se puede olvidar que durante décadas esa misma situación la vivieron aquellos connacionales que emigraron a Estados Unidos en busca de mejor calidad de vida. Nadie pide una entrada masiva, sino un flujo ordenado y regulado. Gobierno y sociedad mexicanas están a prueba.