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El canciller Marcelo Ebrard y su equipo lograron lo que ya muchos daban por tiempo y esfuerzo perdido. Las negociaciones y promesas de endurecer por parte de México su política migratoria surtieron efecto y lograron apaciguar la furia del inquilino de la Casa Blanca. De manera indefinida ha suspendido el gobierno de Donald Trump la aplicación de aranceles comerciales a los productos mexicanos que intentaran comercializarse en Estados Unidos a partir del lunes próximo.
Pero no hay que cantar victoria: hasta el día de hoy se mantiene en el horizonte la amenaza de los aranceles a las exportaciones mexicanas hacia EU. Es una batalla en la que tan sólo se consiguió un respiro que no se sabe qué tan breve sea. Se trata de una tregua en una guerra que no hay que dar aún por perdida. Lo que sucedió durante esta semana deja claro que las negociaciones son un buen camino pero hay que tener una mayor capacidad de presión al interior de la economía estadounidense. No es precisamente con marchas como se van a solucionar este tipo de situaciones. Hay que buscar otros actores de presión cuyos intereses se alineen con México, como el del sector de los empresarios estadounidenses que dependen de las mercancías mexicanas. Hay que construir o reforzar esas redes de negocios, pues da la impresión de que Trump puede tomar este tipo de decisiones sin consecuencias para su país, siendo que por el contrario el consumidor y la industria norteamericanos también se van a ver afectados en algún modo.
Con ningún otro país se encuentra tan vinculado México como con Estados Unidos. Ni siquiera con alguno de América Latina, con los que compartimos tantas cosas en común como idioma, idiosincracia o problemas similares. Estados Unidos está tan indisolublemente unido a nuestra nación que sólo baste recordar que una buena parte de su territorio en algún momento formó parte del nuestro o que en la actualidad poco más de 30 millones de habitantes en EU mantienen algún tipo de vínculo con México, ya sea familiar o por lo menos cultural.
Lo acontecido esta semana tendría que servir de lección para el futuro. Por supuesto que la negociación tiene que darse con el gobierno estadounidense, pero al mismo tiempo buscar alianzas con otros sectores. En el Senado y la Cámara de Representantes hay legisladores que entienden la complementación que han alcanzado las economías de ambos países y por lo tanto se convierten en aliados naturales contra la imposición de aranceles. Estados y ciudades estadounidenses son también otra veta de oportunidad. Texas y California, por ejemplo, tienen en México un importante socio comercial. Trump es el mandatario estadounidense, pero hay otros sectores que fungen como enormes contrapesos. Eso debe aprovecharlo el gobierno mexicano, ahora y en situaciones futuras.