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A 100 días de iniciada la gestión de López Obrador, no podía esperarse que los índices de violencia e inseguridad en el país se modificaran a la baja únicamente por un cambio de gobierno. Esto quedó ya en evidencia cuando se transitó de la administración de Felipe Calderón a la de Enrique Peña Nieto. Ahora los focos rojos comienzan a encenderse en diversos puntos de la geografía nacional: Guanajuato, Michoacán, Puebla, Hidalgo, Estado de México, Quintana Roo, etc. Los reportes policiacos indican que Salamanca es actualmente el punto más caliente de inseguridad a nivel nacional, igualando ya el nivel que tenía Ciudad Juárez en 2010, considerado el peor momento de esa población en cuanto a violencia urbana. En el pasado reciente, otros focos de violencia grave se vivieron en Reynosa, Tamaulipas, y en Apatzingán, Michoacán, donde la delincuencia organizada se puso al tú por tú con el Ejército y las fuerzas federales.
La similitud en todos los casos ha sido la debilidad de las fuerzas del orden locales, que debieron delegar su responsabilidad a las estructuras militares. Sin embargo, con todo y su poder de fuego, éstas últimas nunca podrán sustituir a policías municipales y estatales cuya proximidad con la población sería la única herramienta para solucionar de fondo la violencia sin freno de los últimos años.
Ojalá el gobierno federal comprenda que no basta con presencia de armas oficiales en las calles como lo que sucedió hace algunos años en Ciudad Juárez, en donde se consiguió bajar la criminalidad cuando la policía federal fue sustituida por un verdadero esquema de cooperación entre sociedad civil, autoridades locales y federales, además de una policía extraída de la propia comunidad y que conocía a detalle las problemáticas de cada calle, cada manzana, puesto que era su propio entorno.
Es una necesidad imperiosa no olvidar o dejar de lado la preparación de las policías locales. La Guardia Nacional, cabe recordarlo, es una medida extraordinaria para un contexto en el que no se tienen estructuras regionales confiables. No habrá una solución de largo plazo sin policías que formen parte de la comunidad, para que la gente confíe en ellas y coopere en la denuncia de los criminales.
Además, no hay discursos ni buenas intenciones que por sí solos disminuyan el fenómeno delictivo. Se requiere evaluar lo que se ha hecho para no cometer los mismos errores. Hay ejemplos a nivel local que han tenido éxito, a los cuales se debería de poner atención.
Pese a que la delincuencia no ha disminuido en los primeros meses del gobierno actual, la población no ha perdido la esperanza. Tiene paciencia. Ese enorme voto de confianza no debe ser desperdiciado.