Edgar Elías Azar

Nuestro sistema se muere y no hacemos nada

26/09/2018 |01:17
Redacción El Universal
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A dos años de que culmine la segunda década del siglo XXI, el panorama del modelo de Estado liberal resulta más preocupante que alentador. Esto se debe a la crisis profunda en la que se han sumergido las instituciones liberales y democráticas en el mundo. Una crisis que ha sido de una magnitud tal que, en la actualidad, se habla más sobre la muerte del liberalismo y la agonizante democracia que de sus logros, victorias y expansión internacional. No se trata de una afirmación simplemente alarmista. Basta con echar una mirada a las estanterías de las librerías para darse cuenta de que en la producción literaria en temas especializados de política internacional, teoría política o ciencia política hay una preocupación recurrente. Las preguntas casi generalizadas son: ¿qué está sucediendo con el sistema político liberal en el mundo? ¿Qué está sucediendo con los sistemas democráticos en el mundo?, ¿con la ideología de la diversidad y la integración plural de los pueblos?, ¿qué está sucediendo con la concepción universal de que un individuo es sujeto de derechos absolutos e inalienables?, ¿con la posibilidad de estructurar una economía de mercado internacional y universal que traspase fronteras? ¿por qué estos sistemas han comenzado a tambalearse, y a verse como estorbos en lugar de ideales para un mundo mejor, para el progreso y para el bienestar individual?

La necesidad real de restablecer las instituciones democráticas en el mundo y del mundo (internacionales y locales, por igual) no es un problema que este acosando a un lugar o a un país determinado, específico, sino que se trata más bien de la crisis que sacude a un sistema político en todos los rincones del mundo donde se haya instaurado.

Si estamos convencidos de que el camino de los derechos humanos, de la democracia y del Estado de Derecho es el adecuado, y de que los principios de libertad, autonomía personal y dignidad de las personas son los correctos, entonces, estaremos de acuerdo con la idea de que la perspectiva para 2018 no puede invitarnos al optimismo. Requerimos poner esfuerzos en reencontrar las bases universales que dieron vida a esta clase de acuerdos en el mundo. Recordar cuáles eran los propósitos y los alcances que la defensa de estos valores debe tener.

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Los golpes que recibió la democracia liberal durante 2017 en el mundo han sido tan brutales y significativos que, de no reestablecer la estrategia liberal y democrática en el mundo, ésta podría perder tanta credibilidad durante los próximos años que incluso correría el riesgo de volver a reducirse a ser la realidad política de unos cuantos países, y nada más.

2017 fue el año en el que se impusieron el mayor número de decisiones mayoritarias contradictorias y dañinas para las mismas instituciones democráticas y liberales. Pensemos tan sólo en ejemplos como las elecciones estadounidenses, las estrategias de permanencia en Venezuela, la supuesta impronta rusa en las elecciones presidenciales en algunas partes del mundo, el Brexit, el fracaso de los Acuerdos de Paz en Colombia, las reformas contra la autonomía judicial del gobierno ultraconservador polaco, entre muchos otros sucesos.

Pienso que son tres los factores que más deben preocuparnos, pues son los que más daño han sufrido y los que están causando la retirada del liberalismo: 1) una política que pone el énfasis en las personas y no en las instituciones; 2) apostar por un regreso a la economía nacional y proteccionista y combatir la economía globalizada, y 3) volver a reducir a los jueces al papel de funcionarios siervos que obedecen la voz de la voluntad política.

No guardo dudas que en los últimos dos años, estos tres frentes son los que más daños han sufrido y los que más se han visto afectados. El proceso de deslizamiento hacia medidas contrarias a la democracia y al Estado de Derecho ha surgido, en gran medida, a partir de la victoria de gobiernos y medidas de carácter populista que han puesto el énfasis en el “carisma” y han creído más en la retórica ofrecida por un individuo, que en la importancia o en la transcendencia que ciertas decisiones pueden llegar a tener o han tenido para la vida de las instituciones democráticas de un país. Ha sido tendencia internacional recurrir al nacionalismo como solución ante los resentimientos gregarios que han generado los problemas mundiales más angustiantes como el terrorismo, la pobreza, el desempleo o la migración. Las medidas nacionalistas de los recientes populismos se han encargado de sostener como una verdad incuestionable que todos estos problemas han sido generados por la globalización, por la cercanía y la apertura entre las naciones y, también, por jueces que toman decisiones contrarias al “sentimiento” de los pueblos; confundiendo que la corrección de las decisiones judiciales no está relacionada con su aceptabilidad popular.

Embajador de México en los Países Bajos