Xurxo Mariño, en La dificultad de aprender a ver, dice que a lo largo de nuestra vida estaremos frente a objetos que seremos incapaces de ver. Para que algunos dejen de ser invisibles hay que tener la cabeza preparada, hay que aprender a ver. La única forma de aprender a ver es a través del conocimiento, la experiencia y la apertura mental.
No hay una forma más indigna de pasar a la historia que la de Ruben de la Vialle; un ciego por ignorancia. En 1660, de la Vialle entró en la gruta de Niaux, en Francia, y sin “ver” las pinturas parietales que estaban frente a él, dejó su firma a tan sólo un metro de un inmenso bisonte. Su ignorancia lo imposibilitaba para comprender la importancia de lo que tenía enfrente. Posiblemente pensó que seguía la corriente a aquellos hombres que ya habían pintado antes; posiblemente, pensó que sería el primero en plasmar su nombre ahí; para el recuerdo y la posteridad. Sea como fuere, lo cierto es que, como sostiene Félix de Azúa, que el caso de de la Vialle, reafirma que no vemos lo que queremos, sino lo que podemos o alcanzamos a ver.
Esta clase de ciego saca de quicio pero también nos da ternura por bobo. Es ingenuo por ignorante. Es temeroso, por ignorante. Resulta simpático por ignorante. Es arrogante, por ignorante. Pero también, es peligroso por ignorante. Al no poder ver la realidad que le rodea, los sucesos de su entorno o las razones del otro termina, arruinando las pinturas parietales, reescribiendo el Quijote o reinventando la historia.
El peligro de esta clase de ciego, es el mismo que vemos plasmado en el dicho “como chivo en cristalería”. Sin embargo, el ciego porque no sabe, no es tan peligroso como el ciego que prefiere no saber.
Casi al final de la tragedia de Sófocles, Edipo Rey se arranca los ojos como solución ante una realidad insoportable. Se da cuenta de que es él el asesino que estaba buscando: el asesino de su padre y que es, también, el esposo de su madre. Todos estos hechos le eran desconocidos y ante la verdad, Edipo prefiere sacarse los ojos y no verla más. La realidad le parece tan cruda como irreal, por ello prefiere perder la vista antes que seguir observándola. Un mecanismo bastante estúpido y cobarde, si me lo preguntan, pues la realidad no dejará de existir por más que nos neguemos a verla ni encerrarnos en nosotros mismos será la forma de cambiar el mundo que nos rodea.
Se requiere gozar de una gran megalomanía como la de Edipo para creer, in foro interno, que si dejo de ver algo ese algo dejará de existir y de que si las cosas cambian en mí mente, en mi imaginario, éstas también, cambiarán en la realidad.
Edipo es la clase de ciego que prefiere cultivar la ignorancia querida que el conocimiento y la verdad. Su ignorancia es parecida a la del novio que se sabe engañado, pero que prefiere no preguntar y seguir pretendiendo que la novia lo ama. Si se hace conocedor de la verdad a través de la pregunta, tendrá entonces que abandonarla. Prefiere seguir con los ojos vendados pensando que ella lo ama, mientras que, internamente, sabe que está siendo engañado.
Estas dos clases de ceguera son peligrosas por el daño que pueden causar a otros. ¿Cuántos ciegos han existido en la historia? ¿Cuántos dedos necesitaremos para contarlos? ¿Cuánto daño han generado?
Magistrado del Tribunal Superior de Justicia
de la CDMX y exembajador de México
en Países Bajos