Como hace 32 años, otra vez los mexicanos nos vemos encerrados en una situación paradigmática que es difícil de explicar por sus raíces contradictorias y por los peligros que supone el resaltarla en estos momentos sin caer en una inmerecida e incorrecta frivolidad. Dentro de la terrible tragedia que nos rodea, que sólo debería orillarnos a sentir pena y desasosiego, emergen fuerzas sociales que no podemos más que elogiar, las que fueron reconocidas por la prensa internacional y que nos hacen sentir orgullo; fuerzas en las que vemos esperanza y dominio popular, en las que reconocemos nuestra verdadera fisionomía democrática y social, las que brindan esperanza y alivio y demuestran un pueblo despierto y unido.

Elogiar en la tragedia es contradictorio en sí mismo, pues el elogio implica resaltar efusivamente las bondades de algo y, por supuesto, en estos momentos parecería que en México no existe nada que podamos elogiar, en ese sentido, por lo que nos ha sucedido. Nuestra Ciudad se encuentra parcialmente en ruinas, no sólo han muerto cientos de personas, sino que han muerto niños y niñas que no merecían más que amor y cuidados. Ante esta situación, ¿qué podríamos elogiar?

Debemos separar la tragedia causada por el desastre natural de la respuesta humana que éste ha generado. De la respuesta de los jóvenes mexicanos que, como recientemente ha dicho Enrique Krauze, si ayer nos preguntábamos ¿dónde están los jóvenes de México?, hoy ellos nos han respondido con un rotundo “Acá estamos”. Estamos acá ayudando silenciosamente, estamos acá rescatando y salvando a quienes lo necesitan, estamos acá, desde nuestra solidaridad singular, individual y práctica recogiendo los daños y reorganizando la esfera pública.

Ayer a México le escurrieron lágrimas de dolor, pero hoy, no cabe duda, México llora de orgullo por esa demostración social; por ese potencial mostrado por su juventud, una juventud que se pensaba ausente. Por la solidaridad que veíamos perdida, por la unión que hace tiempo no se sentía. Porqué han rescatado, los jóvenes, lo que se pensaba estaba desaparecido: nuestro sentido de la democracia; nuestro sentido de la participación ciudadana.

Hace 32 años, bajo circunstancias desgraciadamente iguales, Octavio Paz dijo: “la reacción del pueblo de la Ciudad de México, sin distinción de clases, mostró que en las profundidades de la sociedad hay —enterrados, pero vivos— muchos gérmenes democráticos”. Efectivamente, este vuelve a ser el caso. Ahora el reto, como lo fue en aquel entonces, es el de sostener y entender los rasgos de esa democracia que no es efímera porque siempre ha estado latiendo en el fondo, pero que hoy se demuestra que tampoco se consume exclusivamente en los parlamentos, en los votos o en las instituciones.

La democracia y el sentido social en México se construyen en las calles, en las plazas, en las reuniones sociales. La democracia en México ahora fluye por las avenidas, se ubica en los mercados y se consolida en nuestras formas de vida. Como sostuvo hace tiempo Marco Aurelio Almazán en El rediezcubrimiento de América: “la verdadera democracia surge alrededor de un puesto de tacos, donde se confunden el güero, el moreno y el retinto; el profesional y el limpiabotas; el doctor en filosofía, el artista y el político; el cargador y el estudiante, la dama de sociedad y la criadita, para servirse salsa con la misma cuchara de palo y entrarle a los de barbacoa y de maciza”.

La tragedia producida por el terremoto la hemos llorado todos por igual. Pero reconforta ver cómo los jóvenes nos recuerdan el sentido de nuestra democracia, que nos enseñen de nueva cuenta los cimientos de la misma, su sentido y alcance, el binomio instituciones-sociedad. El esfuerzo de realizado por nuestros representantes, un presidente Peña coordinando, un Mancera resolviendo, todo ello, es digno de elogiarse. Dentro del caos y la desgracia, se vio un México de pie, un México unido, organizado, en el que todos cargaban y en el que todos sudaban con la misma esperanza: la esperanza de encontrar a alguien con vida.

Embajador de México en los Países Bajos y representante permanente ante la OPAQ

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