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Si hacemos un recorrido entre los problemas que en la actualidad acosan a la Unión Europea encontraremos temas tan preocupantes como las negociaciones para la implementación del Brexit; las reformas jurídicas propuestas en países del este que ponen en riesgo al Estado de Derecho como aquellas en las que se somete al Poder Judicial al arbitrio del Ejecutivo; los jaloneos que hay entre políticos de distintas naciones por temas tan importantes como la migración, la recepción de refugiados y el asilo en territorio europeo; las discusiones sobre la reducción o la cancelación por parte de algunos países en la participación económica, a través de la Unión, para ayudar en temas humanitarios como el hambre, la salud y el refugio en el mundo, llegando hasta los recurrentes pero aún relevantes asuntos de la debilidad económica de algunos miembros de la Unión y el ofrecer una salida digna para ellos y económicamente viable para el resto de los miembros.
Son muchos los temas que atraviesa la complicada agenda de la UE en nuestros días, sin embargo, ¿cuál es exactamente la crisis que enfrenta la Unión Europea?, o ¿podemos decir que el hecho de enfrentarse a una serie de problemas, por difíciles que sean, constituye una crisis para la Unión?
La crisis no es por la cantidad de problemas, sino por las fuentes y las raíces de esos problemas. Existen problemas propios de la UE que tienen que resolver los miembros que pertenecen a la Unión. Estos casos, que ya mencioné, están siendo marcados por disparidades ideológicas muy fuertes entre sus miembros. Disparidades que no deberían de existir entre un grupo de naciones que han aceptado los mismos estándares y principios para regirse tanto interna como externamente. Pero también existen problemas internos en esas naciones que forman parte de la Unión y que amenazan la existencia misma de la Unión.
Pensemos en Alemania, que desde la coalición que integró Merkel con el resto de partidos que son afines al suyo, le ha sido francamente difícil implementar políticas clave para su gobierno. Un ejemplo actual es la negociación con su “cultura de la bienvenida” en temas de migración y la política recalcitrante de uno de los partidos de su coalición que tiende a rechazarla abiertamente. Pensemos en el Reino Unido, que sigue un procedimiento doloroso de amputación política en el que la gente que antes estuvo completamente de acuerdo para abandonar la Unión, hoy comienza a dudarlo y se pone a pensar si fue una buena idea salir del grupo donde se toman las decisiones económicas y políticas que modifican su entorno más próximo. Pensemos en Europa del Este, donde cada vez de manera más clara y robusta algunos países comienzan a alejarse de los principios liberal-demócratas que dan impulso y sentido a la Unión para radicalizarse bajo un nacionalismo bastante ajeno a estos principios. No podemos dejar de pensar en aquellos miembros que dieron origen a la idea misma de la Unión: Bélgica, Holanda y Luxemburgo, pues la estabilidad política de la que gozaban ahora se tambalea. Recordemos que cada uno de ellos ha tardado más de medio año en establecer sus gobiernos. En el caso específico de Holanda, Mark Rutte tardó 208 días en formar un nuevo gobierno; pero lo que es cierto es que por la fortaleza de sus instituciones todo funcionó como debía.
¿Qué problemas resultan más graves para la Unión, aquellos que se generan entre los Estados miembros, o los que se generan dentro de cada uno de los países? La respuesta a esta pregunta es de gran importancia para entender la crisis que pone en riesgo la Unión. Pues parecería que cada uno de los problemas, ya sean institucionales, económicos o políticos, está constituido por el mismo hueso de desencanto ideológico entre lo esperado políticamente para el futuro individual de cada nación y lo acordado en el pasado por cada una de ellas.
El origen de la crisis comienza con ese desencanto de una generación que no ve el futuro prometido por la UE y desconoce el pasado que motivó se tuvieran esas esperanzas en la organización. Las generaciones que hoy gobiernan y toman decisiones no conocieron la Europa desfragmentada que dio origen a estos acuerdos, pero sí fueron educadas bajo el discurso de un futuro estable, entrañable y de bienestar para todos los europeos. Y ahora, la realidad para esta generación es que parece que Europa no ha cumplido con lo prometido.
No será fácil enfrentar un problema generacional dentro de un proyecto que se recarga tanto en la historia, en las creencias y en los valores frente a una generación que todo lo cuantifica y todo lo tecnifica. Ahí radica, desde Max Weber, el origen del desencanto. Y sépase bien que no hay solución institucional rápida para resolver un problema tan complejo como ese.
Embajador de México en Países Bajos.
Representante permanente ante la OPAQ