La noticia se dio el pasado lunes 29 de octubre. La canciller alemana, Ángela Merkel, anunciaba su renuncia a la dirigencia de su partido y también comunicaba que no intentará ocupar la presidencia de su país por un periodo más. Esto lo hace en un momento significativo para la historia contemporánea: un día antes de que Trump anunciará otra de sus políticas anti-inmigrantes (su pretensión de poner en marcha una política que rechaza dar ciudadanía estadounidense por el simple hecho de haber nacido en su territorio) y un día antes de que Bolsonaro (un personaje de declarada convicción de extrema derecha) ganará en las elecciones de Brasil.

El retiro de Merkel dejará, sin duda alguna, un vacío inesperado en el concierto de la política europea e internacional; un vacío que hace necesario preguntarnos: ¿qué nos espera?

Desde la década de los 50, Alemania ha jugado un papel central en la política europea. Ha fungido como un contrapeso profundamente relevante en la configuración del continente y, por si fuera poco, en su unificación. Ha servido como el eslabón que tiene la solvencia política y económica como para contrarrestar los embates políticos que vienen desde fuera del continente, así como para fortalecer las relaciones entre los países de la misma Unión.

Independientemente de que Alemania fue una nación que se dedicó a destruir Europa durante la primera mitad del siglo XX, durante la segunda mitad, Alemania se convirtió, sin exageración alguna, en el corazón de Europa: su papel fue central para la recuperación económica en la Europa de posguerra, también su papel fue central durante la Guerra Fría; Alemania fue central para la integración de la Unión Europea, para crear una nueva y única moneda (el euro), fue central para combatir la crisis de la eurozona y para abatir las crisis migratorias. Al pasar de los años, sin más, Alemania se convirtió en el ejemplo y en el baluarte de las democracias liberales europeas y del modelo del Estado de Bienestar, se ha colocado como la economía más fuerte del continente y, sin lugar a dudas, ha adquirido el papel del líder europeo por excelencia.

Pero mucho de esto lo ha logrado gracias a sus líderes, entre ellos, uno de los más representativos ha sido Ángela Merkel, quien hoy por hoy representa lo mejor de la política europea de los últimos años. Su estilo de una política austera, enemiga de las adulaciones y amiga de las palabras claras y prudentes, rival de todas las soluciones fáciles y rápidas que se ofrecen ante los problemas difíciles y las crisis del momento, la han levantado como la pieza clave para contrarrestar los nacientes populismos y neo-nacionalismos en el mundo. Europa comienza a tener una buena cuota de estas corrientes, no sólo en los viejos países de Europa del Este como Hungría, Polonia, Rumania o Bulgaria, sino también en los que han sido la cabeza del modelo europeo, como Francia, Italia, España, e incluso, la misma Alemania; la que cuenta hoy con serios candidatos que se arropan con las telas ofrecidas por este nuevo “fantasma que recorre al mundo”.

Afortunadamente, para la democracia liberal las elecciones francesas refrescaron las circunstancias políticas en el continente y abrieron la esperanza de que no todas las democracias estaban pervertidas en el mundo. Sin embargo, es difícil que Macrón pueda él solo hacer frente a una oleada política que parece surgir desde todos los rincones del planeta y que cada vez gana más batallas. Para contrarrestarla se requiere la fuerza de un liderazgo que no tiene, la estabilidad de una democracia y la fortaleza de una economía que sólo Alemania puede ofrecer. Los populismos no sólo brotan en Europa, sino que desde América su presencia es cada vez más fuerte.

Con la anunciada salida de Merkel, el mundo comienza a quedarse corto de liberales y demócratas. De políticos que representan soluciones universales sobre temas tan relevantes como el control del mercado, la garantía de los derechos humanos, la migración, las crisis humanitarias, la pobreza, el calentamiento global, la ecología, entre tantos. Soluciones que, en un mundo globalizado, están lejos de considerarse regionales. Nos competen e involucran a todos. La política en el mundo ya no sólo involucra a los votantes, sino a todos los habitantes del planeta. Sólo esperemos que los alemanes tengan esto en cuenta cuando voten por quien remplazará a una de las dirigentes más sensatas que hasta ahora hemos tenido: Ángela Merkel.

Embajador de México ante los Países
Bajos. Representante permanente
ante la OPAQ

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