Durante largos años, los fanáticos del libre comercio, en el poder político o empresarial, vendieron la idea de que el Tratado de Libre Comercio de América del Norte –y el modelo económico que lo acompaña– era la única ruta posible para México. Se cansaron de cantarnos las maravillas de un acuerdo comercial que equiparaban con un proyecto de desarrollo nacional, pese a que estuvo lejos de beneficiar a muchos sectores económicos y a que su diseño disparó las cifras de la migración mexicana a Estados Unidos.
Si Donald Trump no hubiese llegado al poder seguiríamos escuchando la misma cantaleta.
A la luz de las tortuosas rondas de renegociación del TLCAN, hemos venido a enterarnos de que, después de todo, el mundo no se acaba si el vociferante de la Casa Blanca decide, en una noche de televisión y pollo frito, que su país debe abandonar el acuerdo.
De las declaraciones públicas del Secretario de Economía, Ildefonso Guajardo, así como de información que los negociadores han proporcionado a empresarios y legisladores, podemos deducir que, hasta ahora, la renegociación non ha entrado a los temas fundamentales. Sin embargo, los obstáculos que han puesto los negociadores de Trump han prendido alertas en México y Canadá.
Según un reporte de prensa, Guajardo dijo frente a empresarios que el gobierno estadounidense ha optado por una estrategia “donde le ponen dinamita a toda la negociación para luego establecer un sistema de intercambio de posiciones para empezar a cerrar capítulos” (La Jornada, 6 de octubre de 2017).
En dicha reunión, el titular de Economía expresó que, de abandonar el TLCAN, Estados Unidos no puede esperar que México sostenga su colaboración en áreas como la seguridad y la migración. Guajardo recordó que el presidente Peña Nieto ha definido que “la única manera de tener una relación es que sea balanceada”.
En la reunión que sostuvo con el Consejo Empresarial de América Latina, Guajardo admitió que en el pasado la estrategia mexicana fue siempre no “contaminar” las negociaciones comerciales con temas de derechos humanos, o bien las de seguridad con asuntos comerciales. Esa es la razón por la que Carlos Salinas de Gortari dejó fuera de la negociación original del TLC los derechos de millones de migrantes mexicanos. Temía que los derechos de estas personas, muchas de ellas otra vez en riesgo grave, “contaminaran” el flamante acuerdo comercial.
Existe, una nueva realidad y, en consecuencia, la negociación debe ser integral. En buen castizo, eso quiere decir que si Trump quiere que México colabore en la malhadada “guerra contra el narcotráfico” o siga deportando más ciudadanos centroamericanos que EU –cosa que hacemos desde que Peña arribó a la presidencia–, deberá aceptar una renegociación razonable del TLCAN.
Parece, sin embargo, que las cosas no caminan por ahí.
En las primeras rondas, los negociadores han avanzado en algunos temas que se consideran menores, como prácticas regulatorias, competitividad, PYMES y comercio digital. Pero los asuntos espinosos están por llegar.
Las reglas de origen, por ejemplo, son un asunto en el que las posturas de EU podrían afectar a la industria que opera en México, particularmente a la automotriz. En ese tema, como en otros, existen desde antes de nuestra dependencia excesiva del TLC, reglas de la OMC que pueden ser utilizadas e incluso la alternativa de explorar nuevos mercados.
Atorones similares se dan en temas como aduanas, cooperación para la competitividad e infraestructura fronteriza, todos en la mesa pero sin mucho interés del lado estadounidense por avanzar.
En este tipo de negociaciones es común que los temas difíciles se dejen para después, poniendo entre corchetes las líneas sin acuerdo, con la finalidad de caminar en el resto de los asuntos. No ha sido posible avanzar de esa forma con los enviados de Trump.
A pesar de que México tiene un tipo de cambio flexible, la obsesión trumpiana con la “manipulación del tipo de cambio” que atribuye a China, se extiende a México y sus representantes plantean aranceles a las exportaciones mexicanas si el peso se devalúa por razones externas.
En la próxima ronda, la cuarta, se dará la posibilidad de cerrar puntos de la negociación pero también de que ésta se entrampe en la terquedad trumpiana sobre la industria automotriz.
La renegociación del TLCAN ha tenido, entre sus muchos efectos, el de dar su verdadera dimensión a ese acuerdo que durante mucho tiempo quiso presentarse como la gran e insustituible palanca para el desarrollo nacional.
Tan fue así que nos alcanzó una crisis industrial derivada de la aplicación del dogma neoliberal según el cual ‘la mejor política industrial es no tener política industrial’, como sostienen los acólitos del neoliberalismo para quienes el todopoderoso mercado habría de encargarse de la diversificación y fortalecimiento de diversos sectores industriales. La renegociación ha puesto en claro todas estas limitaciones de un modelo que apostó todo a la magia del mercado. Es hora de rectificar.