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HUASCA, Hgo.— En Hidalgo, hay un paisaje que parece recién salido de un sueño. Son unas enormes columnas de piedra que se ocultan en una barranca. Casi todas forman simétricos prismas verticales, como si hubieran sido cortados con mucha precisión por un gigante. Para hacer la postal más espectacular, cuatro cascadas salpican sobre la rocas lisas. Cuando las miro desde abajo, no sé si esforzarme en imaginar cómo la naturaleza pudo crear algo así a través de millones de años o comenzar a creer que la magia sí existe.
Son los famosos prismas basálticos . Se encuentran a 15 minutos en auto del Pueblo Mágico de Huasca de Ocampo . Todos los habitantes hablan de ellas, y buenas razones tienen para hacerlo.
Llego muy temprano para evitar las multitudes. Aunque a sus alrededores ya hay servicios de comida, cabañas y hasta souvenirs, la maravilla natural no pierde su efecto hipnotizante, ni tantito, cuando me asomo a verla por primera vez desde las alturas. Para verla mejor, hay un puente colgante que la atraviesa y una escalinata para llegar hasta al fondo de la barranca.
Una vez ahí, las columnas de piedra —que pueden alcanzar hasta 40 metros de altura— son mucho más intimidantes. También es inevitable el impulso de tocarlas. No me importa mojarme un poco con la brisa de la caída del agua. Hay quien va un poco más lejos y se empapa con tal de que su acompañante le tome la mejor foto.
Este tipo de formaciones también existen en Islandia y Escocia, dando lugar a numerosas leyendas sobre su nacimiento. Son lugares donde se habla de trolls y gigantes míticos. Es curioso, porque en la región boscosa de Huasca abundan las historias sobre duendes, y para muchas personas no está en duda su existencia. La verdad, me decepciono un poco cuando me explican el origen volcánico de los prismas.
Pasado minero
Mi hospedaje existe desde el siglo XVIII. Es la Hacienda San Miguel Regla, a 10 minutos del pueblo. El terreno que la resguarda parece tener algo especial. Es un destino ideal de descanso, para quien desea alejarse del ruido y refugiarse en el ritmo pausado del bosque.
Su encanto no es nuevo. En 1760, uno de los hombres más importantes de la industria minera en México, Pedro Romero de Terreros, construyó la hacienda para trabajar la plata, pues la abundancia de manantiales en la región favorecía el proceso. Y no solo eso: se convirtió en su hogar favorito, donde pasó gran parte de su vida, aun cuando su fortuna se encontraba entre las mayores de nuestro país. El llamado Conde de Regla fue también el fundador del Monte de Piedad.
El casco antiguo de la propiedad está desierto. Aunque aún no es tarde, la sombra de los árboles oscurece la atmósfera. Observo con atención los gruesos arcos de piedra que me rodean y los antiguos hornos donde se procesaban los minerales que eran traídos de Real del Monte.
Pienso en cómo serían los días de trabajo aquí. Las paredes siguen casi intactas y el escenario luce como si pocas cosas hubieran cambiado.
Entre los senderos hay un lago color turquesa repleto de patos. Los fines de semana, las familias lo navegan tranquilamente a bordo de un kayak. Y para quienes reclaman adrenalina, pueden sobrevolar la propiedad deslizándose a través de una tirolesa.
A solo unos pasos, está la acogedora habitación con chimenea que me espera. La hacienda funciona como hotel desde 1945. Comenzó con unas cuantas cabañitas y ahora supera el centenar de suites, casi todas con estilo propio.
( Foto: Berenice Fregoso/ El Universal)
Sin mirar abajo
Al día siguiente, mi misión es conocer la Peña del Aire, ubicada en plena sierra. Es una gran roca que sobresale a la mitad de un cañón. El camino para visitarla está repleto de cactáceas exóticas y vistas panorámicas no aptas para quien sufre de vértigo. Todos le buscan forma a la roca: hay quien ve un rostro, pero yo estoy segura de que parece una mano apuntando hacia arriba.
Otra tirolesa cruza cerca de la peña y un rappel reta a los viajeros a descender hacia el abismo. Apenas llegan, algunos se apresuran como niños para iniciar la aventura. Yo no me atrevo siquiera a acercarme demasiado a la orilla, al sentir que no hay nada que se interponga entre mí y “la nada”. Doy una vuelta por los puestos cercanos al cañón. Compro un par de cactáceas que únicamente crecen aquí y se me quita un poco el miedo con un curado de cacahuate.
De regreso al hotel, visito la fábrica Rompope San Juan , en la comunidad de San Juan Hueyapan. La familia Lugo lo elabora de manera artesanal y permite conocer su proceso. El rompope de avellana es mi favorito. También hay de piñón, nuez o vainilla. Además, preparan salsa de sabores: de chile habanero con mango o de chipotle con arándanos.
Entre duendes y artesanías
Horas antes de regresar al bullicio de la ciudad, decido dar una vuelta por Huasca de Ocampo. Caminar por sus callecitas empedradas toma como máximo una hora, pero el tiempo del recorrido se duplica los fines de semana, cuando las oportunidades de comprar souvenirs son demasiadas. Lo que más llama la atención son las artesanías de cerámica. Como en todo buen pueblito, hay varios puestos de barbacoa desde temprano y los pastes tradicionales del estado.
A 10 minutos del centro, está el Museo de los Duendes. Entre los objetos exhibidos, hay crines de caballo con un montón de trencitas diminutas que, según dicen los locales, fueron hechas por estas criaturas.
(Foto: Berenice Fregoso/ El Universal)
Hay tiempo para dar una vuelta por el Bosque de las Truchas, a unos pasos de la hacienda. Es un parque ecoturístico donde los niños aprenden a pescar y, si te atreves, puedes completar un circuito de cuerdas en la naturaleza.
(Foto: Berenice Fregoso/ El Universal)
Regreso al hotel y el ambiente sigue tranquilo. Después de todo, la gente viene a reposar, ver transcurrir el tiempo y pasar un buen rato en el bosque repleto de musgo. Como alguna vez lo hizo Romero de Terreros, seguramente.
DATOS ÚTILES
Dónde dormir.
Hotel Hacienda San Miguel Regla. Habitaciones desde 999 pesos por noche, con tres comidas incluidas. www.sanmiguelregla.com
Recorridos por parte del hotel.
Prismas Basálticos y Peña del Aire: 300 pesos en camioneta y 500 pesos en cuatrimoto. Los costos son por persona.