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Fundada durante la época romana (aunque al respecto existen distintas versiones), la antigua Anfa fue habitada por fenicios, beréberes, portugueses y franceses. El resultado de esta diversidad cultural es la que aporta a Casablanca ese carácter cosmopolita que le distingue del resto de las ciudades marroquíes, reflejado en una peculiar mezcla de estilos arquitectónicos y las expresiones más contemporáneas que son parte de su patrimonio artístico.
LO IMPERDIBLE
Dar un paseo matutino por La Corniche, bulevar costero de la ciudad, punto de reunión de locales y turistas con cafés, bares y restaurantes. Al atardecer se convierte en animado spot para quienes buscan marcha nocturna.
Visitar la emblemática Mezquita Hassan II.. Erigida a orilla del mar, es la mayor del mundo y notable ejemplo del detallado arte marroquí. Considera que el acceso al público está restringido los viernes y durante las horas de oración. Viste con propiedad: pantalones o falda larga y sin mostrar demasiada piel.
Adentrarse en la antigua Medina. A las afueras se ubica la réplica del legendario Café Rick’s, parada obligada para cinéfilos nostálgicos del film “Casablanca”. Sigue buscando el rostro original de la ciudad en el tradicional barrio de los Habous, para comprar artesanías clásicas —caftanes, tapetes, babuchas— y antigüedades finas.
Conocer el Musée Abderrahman Slaoui y su colección de joyería y pinturas de Jacques Majorelle, el pintor francés creador de los Jardines Majorelle en Marrakech.
Hospedarse en Le Doge Hotel & Spa, refinado hotel boutique en el corazón del distrito art decó y probar lo más representativo de la cocina marroquí en Al-Mouni, clásico establecimiento donde la pastilla de pichón (similar a un pay) es un must (www.hotelledoge.com).
Cenar en Le Bistrot Chic, en el elegante barrio de Gauthier, con una acertada cava y cocina francesa a cargo del Chef Ramzi El Bouab y en Le Petit Rocher, de cocina mediterránea y con agradable ambiente de aires vintage.