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A la Garganta del Diablo se entra con los ojos cerrados. La furia del agua corriendo en las entrañas de la caverna, hace titubear en dar el siguiente paso. Antes de abrir los ojos, hay que prender la lamparita frontal del casco, su tenue resplandor ilumina un mundo de columnas rocosas —algunas gruesas y otras tan delgadas que podrían romperse con tan solo rozarlas— que nacieron bajo la tierra del Pueblo Mágico de Cuetzalan.
Los conocimientos de espeleología y rescate que tienen los guías, como Lorena, dan la seguridad para internarse entre las paredes estrechas de la cueva. Son tan estrechas, que los viajeros deben cruzar de ladito, sumiendo la panza para dejar espacio entre el muro y su cuerpo.
Varios precipicios interrumpen el recorrido. Hay que saltar al vacío, a oscuras. Las plegarias resuenan por toda la caverna, mientras persona, por persona, van brincando. Ahogan sus gritos en el agua, pero inmediatamente, los chalecos salvavidas los sacan a flote.
Después de los saltos de valor, vienen los toboganes naturales. Más adelante, una pared se convierte en el fin de la primera parte del recorrido. Pero para salir hay que regresar por el mismo camino y atravesar campos de maíz y senderos flanqueados por árboles de pimienta.
(Foto: Cortesía Descubre Cuetzalan)
Una aventura muy “perrona”
La caminata dura 15 minutos, aproximadamente. Frente a los viajeros aparece una poza cristalina, pero esa poza tiene una forma muy peculiar: desde cualquier ángulo se puede ver que parece una huella gigante de perro.
La mente se da vuelo imaginando el tamaño del canino que pudo haber cruzado por estas tierras de la sierra poblana. Sin embargo, la formación rocosa es producto de la naturaleza, quien por miles de años se dedicó a pulir con agua y viento esta “pata de perro”.
Nadie se resiste la oportunidad de darse un chapuzón. Pueden entrar caminando o con un clavado, tienen una profundidad de más de tres metros. Los orificios, que emulan los cojinetes de los perros, están conectados entre sí y permiten llegar a otra poza más pequeña.
El staff lanza cuerdas para facilitar el avance y evitar alguna caída. La medida de seguridad también sirve para llegar a la última parte del tour: atravesar un río atrapado en un cañón, donde hay algunas cascadas.
El caudal no tiene corriente, esto permite avanzar sin riesgo y observar el paisaje: gavilanes, árboles de eucalipto y si hay suerte, hasta armadillos se pueden observar.
La caminata dura poco más de una hora, después hay que regresar al centro de Cuetzalan. Los viajeros son apapachados con algunos snacks y bebidas para recuperar energías.
Ya en el pueblo...
Si el cansancio no te hace dormir como angelito, explora las calles del Pueblo Mágico. Hay lugares tradicionales como la cantina El Calate, donde se puede degustar el licor yolixpa. A este brebaje se le conoce como el "todopoderoso", pues está preparado con más de 32 hierbas medicinales.
No dejes de visitar el tianguis, donde el trueque aún no muere. Se realiza todos los domingos, sobre la explanada principal. Hay venta de café y textiles bordados por mujeres otomíes y totonacas. Otro imperdible es la zona arqueológica de Yohualichan, a 10 minutos de Cuetzalan.
GUÍA DEL VIAJERO
Quién te lleva
Descubre Cuetzalan. Precio: 600 pesos
por persona. Incluye transportación local. También ofrecen opciones de hospedaje.
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