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FORT LAUDERDALE, Florida. — Atracado en el muelle, la mente no concibe que en su interior cabría cinco veces el Titanic. Mucho menos, que su peso equivale al de 17 mil elefantes africanos. Pero ya estoy aquí, ordenando un coctel que prepararán dos simpáticos robots, los bartenders biónicos del Harmony of the Seas, el crucero que, hasta hoy, ostenta el récord de ser el más grande del mundo.

Todos los pasajeros somos recibidos en la cubierta 5. Aquí están tres de los siete barrios en los que está dividido este coloso de la naviera Royal Caribbean. La distribución evita que me pierda en lo que parece ser una ciudad flotante, con todo y su Central Park.

Este vecindario es un jardín a cielo abierto con 12 mil plantas tropicales, senderos, cafeterías y el restaurante Jamie’s Italian, del cocinero más popular de Reino Unido y miembro de la Orden del Imperio Británico, Jamie Oliver.

Camino hacia la popa y el ambiente es otro. Un carrusel de 18 caballitos tallados a mano da la bienvenida al barrio Boardwalk. A mi lado izquierdo, un cuarto con maquinitas de Nintendo. Del lado derecho, una sucursal de Starbucks y, de frente, la gran alberca, llamada AquaTheater; de día se ofrecen clases de buceo con certificación PADI y de noche, un espectáculo acuático de danza y acrobacia.

Hay algo más: dos toboganes morados del que salen pasajeros disparados hacia unos colchones. De la cubierta 6, me voy a la 16, la parte más alta del crucero. Después de cruzar el área de albercas y jacuzzis, encuentro la enorme cabeza de un pez abisal, del que se desprenden los dos toboganes que vi en el Boardwalk. A esta atracción le llaman “The Ultimate Abyss”.

Me recuesto sobre una especie de alfombra y, en segundos, mi cuerpo se desliza a toda velocidad dentro de un tobogán psicodélico, con luz neón y tapizado de grafitis. Las curvas me hacen gritar, en 13 segundos he recorrido nueve cubiertas. Repito tres veces la dosis de adrenalina.

Arte en altamar

El Harmony es una competencia para el Museo de Louvre, al exponer 11 mil 252 piezas, entre esculturas, instalaciones y pinturas, contra las seis mil del icono parisino. Y es la llamada Head que corona el acervo artístico. Es una cabeza humana tridimensional hecha con acero que rota todo el día en medio del barrio Royal Promenade.

Justo en este sector, encuentro uno de los teatros donde se presenta el musical Vaselina, traído de Broadway para el deleite de los seis mil 780 pasajeros (sin contar tripulación) que caben en el barco. Como la función aún no comienza, prefiero pasar el rato en la pista de patinaje sobre hielo.

Es momento de explorar las opciones gastronómicas. Es difícil elegir entre 20 restaurantes. Wonderland se convierte en mi favorito, al estar inspirado en Alicia en el País de las Maravillas.

El camarero me indica que para saber el menú debo sumergir un pincel en agua y pasarlo sobre un portarretratos. Y el menú se va descubriendo lentamente. Los platillos están divididos en elementos: viento, hielo, fuego, tierra y sueños. ¿Y los tragos? Son elíxires que susurran “bébeme”, a través de espejos amorfos.

El barco se dirige a las Bahamas, el primer puerto a visitar en esta travesía por el Caribe. El movimiento es casi imperceptible. Mañana, seguro asistiré a las fiestas en los bares y probaré suerte en el casino. Al final del día me espera un camarote con amplia terraza, una cama mullida y Wi-Fi veloz, como el que hay por todo el crucero.

La categoría premium descansa en suites de dos pisos, mientras que la clase económica observa el océano en tiempo real a través de una pared de plasma.

OTRAS CURIOSIDADES

Bionic Bar. Los robots preparan mil cocteles al día. Su baile está basado en los movimientos de Roberto Bolle, el principal bailarín de la compañía American Ballet Theatre.

Alimentos. Ofrece 300 opciones de menús individuales. Cocina dos mil 495 kilos de tocino al día.

Hay 40 marcas de cerveza y 340 etiquetas de vinos.

Potencia. Sus cuatro propulsores tienen la potencia de siete autos Ferrari.

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