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viridiana.ramirez@eluniversal.com.mx
SAN PEDRO DE ATACAMA. — Las grietas que fracturan el suelo y las costras heptagonales de sal parecen extenderse hasta el infinito, como las dunas de arena que se levantan entre rocas filosas y cobrizas, en las que no ha caído lluvia desde hace cientos de años. Estoy en el Valle de la Luna, en Atacama, el desierto más árido del planeta, al norte de Chile, en la II Región de Antofagasta.
“Al desierto no se llega por casualidad, sino porque éste te llama, te elige y encuentra”, son las palabras de Ana, la guía que me interna por los “senderos de sacrificio” del valle. Esos caminos son por donde el viajero tiene permitido explorar el sitio sin dañar el resto del entorno. Sería un pecado acabar con la vida microscópica y rica en minerales que habita aquí.
Subo a la cresta de la Duna Mayor y un paisaje que parece de otra galaxia confirma lo que tanto dicen los documentales y folletos turísticos sobre Atacama: la tierra grita de sed, pues apenas recibe un litro de agua por metro cuadrado cada año. En algunos rincones, jamás ha caído una gota.
El viento sopla con fuerza, te despeina y arroja arena en cada rincón del cuerpo. Camino sobre la cresta de la duna, despacio para no caer al precipicio. Hay una zona en forma de media luna que se llama “El Anfiteatro”. El sol aviva la tonalidad rojiza de sus riscos, y esto se aprecia mejor desde la Piedra del Coyote.
El mirador está sobre la Quebrada de Cari, que se desprende de la Cordillera de Sal —la más joven de Chile, con apenas 28 millones de años—, un flanco de cerros gigantes que mira de frente a Los Andes. En medio de estas fallas tectónicas reposa el Valle de la Luna y todo lo que forma al desierto de Atacama.
Se congregan los viajeros para ver un regalo de la Pachamama, la Madre Tierra para los licán antay y otras culturas atacameñas casi extintas: el sol que se guarda entre la cordillera de Los Andes, mientras va pintando el paisaje, en fracción de segundos, de naranja, rosa, violeta, hasta terminar en un gris pardo.
Aquel suelo arenisco y dorado es una alfombra arrugada de sal. Dice la NASA que su superficie es similar a la de la Luna, por eso, en 1997, eligió este territorio para hacer pruebas de su vehículo explorador lunar, “Nomad”.
Los viajeros regresan en bici o camioneta al pueblo de San Pedro Atacama, un oasis de casitas de adobe a 20 minutos del valle, donde fluye la actividad turística, con hoteles y touroperadoras de sobra. Yo prefiero quedarme un poco más de tiempo con Ana.
Brindamos en la Piedra del Coyote, con vino y carnes frías por mi primer día en el desierto.
De sal y paja brava
Muy temprano, Ana pone en marcha la camioneta. Nuestro destino es el Salar de Aguas Calientes, un paraíso escondido de lagos coloridos a cuatro mil 280 metros de altura, dentro de una zona conocida como Lagunas Altiplánicas.
Antes de viajar a Atacama, hice lo propio para que mi hipertensión no fuera un obstáculo: los 10 miligramos de Enalapril que me recetó el doctor y las hojas de coca que masco desde el desayuno, contrarrestan los síntomas del mal de altura: dolor de cabeza, taquicardia, mareo y sueño.
Desde que salimos del hotel tenemos compañía, el Licancabur, volcán guardián del desierto que se eleva a cinco mil 916 metros de altura sobre el nivel del mar. Dentro de su cono hay una laguna a 20° C bajo cero.
La vista también abarca otro coloso, el Lascar, de cinco mil 590 metros de elevación. Éste, a diferencia del Licancabur, se mantiene activo.
En el camino nos detenemos en el Trópico de Capricornio. En esta línea imaginaria termina el clima tropical e inicia el mediterráneo desértico. De frente, un letrero de metal verde indica que aquí está el Salar de Atacama, la mayor reserva de litio del mundo. También hay montañas que parecen la columna vertebral de un dinosaurio.
Seguimos nuestro camino. Después de dos horas serpenteando la cordillera andina y atravesando campos de paja brava, manjar de vicuñas y llamas, llegamos a Aguas Calientes.
Cuando vi en fotos estas lagunas, de inmediato pensé que el photoshop les había dado una “manita de gato”. Pero aquello que ahora observo y capturo con mi cámara, me hace sentir dentro de una pintura viva.
El cielo azul se mimetiza con el manto de agua turquesa con manchones rosados, amarillos y blancos. En invierno es imposible ver algún flamenco, pero en verano regresan para alimentarse en sus aguas ricas en litio, nitrato y un poco de yeso. El corazón se me quiere salir, en este momento no sé si es la hipertensión o el impacto de tanta maravilla en un solo cuadro.
El viento gélido sopla con mucho más fuerza, llevándose mi gorro y las escasas nubes que retozan sobre el Salar de Aguas Calientes. Su extensión es de 28 kilómetros cuadrados y se alimenta del deshielo de Los Andes.
Para acercarse a la laguna hay que caminar por un campo rocoso llamado Piedras Rojas. La gran cantidad de hierro acumulado tiñe el suelo de un rojo intenso, haciendo que los tonos de esta “pintura” sean todavía más contrastantes.
Hay que darse un tiempo en soledad para sentarse sobre las rocas y admirar en silencio el cambio de color del agua. Eso es todo.
Desliz en el Valle de la Muerte
Hemos regresado a San Pedro. En vez de recorrer sus callecitas en bici o visitar sus tiendas de artesanías, me refugio en el hotel. Una siesta y una ducha al aire libre me dan energía suficiente para la siguiente actividad: sandboarding sobre el Valle de la Muerte.
Volvemos a esa escena árida y marciana. Los mismos acantilados erosionados del Valle de la Luna se replican aquí, como si fuesen gemelos, solo que con más dunas. Una de ellas se eleva a más de 100 metros. Al pie de ésta, espera el instructor con una tabla para “surfear” en la arena.
Después de las cuatro de la tarde, cuando el sol va cayendo, es el momento perfecto para conquistar ese monstruo. Las instrucciones del guía son claras y “sencillas”. Te plantas sobre la tabla, te ajustas una especie de botas al calzado y te deslizas poco a poco, con las rodillas flexionadas. Pararse sobre los talones disminuye la velocidad. Muy sencillo decirlo, pero es todo un reto lograrlo.
Subo por un costado de la duna, prácticamente lucho para no quedar enterrada a cada paso que doy. La tabla de sandboard es larga y pesada.
El viento levanta tal cantidad de arena que resulta imposible cubrirse los ojos. Por momentos no puedo ver con claridad. En la cima me doy cuenta de que el sacrificio ha valido la pena. Una vez más, me deleito con esas formaciones rocosas “de otro planeta”, talladas por el viento y el calor. Y ahí voy; dejo que la punta de la tabla toque la pendiente para tomar velocidad. En segundos, estoy deslizándome.
Mi gloria apenas dura un instante. La primera caída, después de unos segundos, me hace rodar cual panda sobre la pendiente.
El reto de domar esta montaña dura más de dos horas; subo y bajo sin importarme el desgaste físico. Hay más viajeros intentando ser los amos del sandboarding. Nadie se libra de tragar arena en cada porrazo. Al final, la recompensa resulta ser una satisfacción personal y un refrigerio de frutas, jugos y agua frente a un valle que empieza a pintarse de morado. Otra vez el día se ha esfumado.
Por cierto, Chile fue reconocido como el Mejor Destino de Aventura del Mundo, en la entrega de los “ World Travel Awards 2016”, algo así como los “Oscar” del turismo.
Una noche con las estrellas
El desierto de Atacama es exigente en extremo. De día, pide vestir ropa clara, untarse capas del bloqueador solar con el más alto factor de protección, calzar unas buenas botas, llevar sombrero y lentes oscuros. De noche, demanda ropa térmica, abrigadora. Una recomendación a la hora de vestir es considerar llevar dos o tres capas de prendas, dependiendo de qué tan friolento sea uno.
Esta noche, el termómetro marca 3° C bajo cero, y aunque se antoja quedarse abrazado por las cobijas de lana, estoy lista para ver la Vía Láctea en Atacama, poseedor de uno de los mejores cielos para observación astronómica.
Cuarenta y dos observatorios (entre científicos y turísticos) existen en este desierto chileno. Dos de los telescopios más poderosos están aquí: ALMA y VTL. Para conocerlos hay que reservar hasta con seis meses de anticipación o inscribirse en la lista de espera por día, aunque a veces puede pasar una semana sin que el listado cambie.
Ana me lleva a Una Noche con las Estrellas, un observador construido en la casa de Daniel y Beatriz, a 10 kilómetros del pueblo. Ellos han estudiado el Cosmos por más de 20 años. En su patio colocaron telescopios, esas puertas tecnológicas que nos llevan hacia algún rincón del Universo.
Al visitante le ofrecen vino y una frazada estampada con cohetes espaciales. La plática de bienvenida inicia en oscuridad total, aunque eso es relativo, porque el brillo de las estrellas es lo suficientemente intenso para dejarnos perplejos. Juraría que puedo tocarlas con solo estirar mi mano.
Daniel comienza a señalar el cielo, valiéndose de un láser poderoso. Su luz verde me recuerda los sables de Star Wars. El guía es un jedi y yo su padawan, atenta a las formas de la Cruz del Sur, Orión y Aries. Puedo ver por primera vez los anillos de Saturno y distinguir a simple vista la galaxia Andrómeda, un manchón en el cielo con un billón de estrellas juntitas.
Después de hurgar en los secretos del Universo, entramos en la casa para la siguiente fase del tour. Nuestra lección de astrología se ayuda de videos y fotografías. El frío cala los huesos, pero no importa, porque hay chocolate caliente y una experiencia que pocas veces se vive.
Al final, Daniel me toma una fotografía con la Vía Láctea de fondo. La ausencia de la luna ayuda, aunque no pueda observar sus cráteres.
Mañana vaporosa
Aún es de madrugada. A las cuatro y media de la mañana debería estar soñando con estrellas y valles marcianos. Pero ya estoy de pie. El frío cala como nunca. Dice Ana que a donde vamos la temperatura desciende todavía más. “¿Cuánto es más?”, pregunto. “¿Te gustan unos 11° C bajo cero?”, responde con una sonrisa burlona. Cierra la puerta de la camioneta.
Vamos a los Géiseres del Tatio, un campo geotérmico a cuatro mil 300 metros de altura y a casi tres horas de camino desde San Pedro.
Despierto después de un rato porque la camioneta se zangolotea y mi cabeza se azota en la ventanilla. Ya puedo ver a lo lejos una cortina de vapor enorme que emana del suelo. Hemos llegado.
Son las siete de la mañana y la razón por la que tuvimos que madrugar es porque así se pueden apreciar mejor las fumarolas y borbollones de los géiseres. Son 40 boquetes en el suelo por donde la Tierra escupe con violencia, vapor y agua ricos en azufre, arsénico, sal y calcio.
Aquí también hay caminos de sacrificio. Una zambullida en estas calderas es mortal. Hay turistas que por no hacer caso de las instrucciones, o simplemente por distracción, pagan con su vida al caer en alguno de los géiseres. El agua alcanza temperaturas de hasta 90° C, ideal para cocer unos tallarines en un minuto.
Las fumarolas rebasan los 70 metros de altura. Los visitantes somos como seres pequeñitos que nos dejamos envolver por ellas. La bomba de minerales puede desorientar a cualquiera. Todo huele a azufre, es fétido, pero nadie se queja.
En el Tatio hay una piscina natural de agua termal llamada El Pozón. Los más osados se meten a nadar. Los guías prometen que los minerales contenidos revitalizan la piel. Soy una cobarde, no tengo el valor para despojarme de mis cuatro capas de ropa a estas horas de la mañana.
Alrededor de las nueve, esas columnas de vapor se desvanecen. Solo se escuchan las burbujas del agua hirviendo bajo tierra. Ana está preparando el almuerzo a la intemperie.
En el cielo pasa un cóndor. Para los atacameños, el ave es un mensajero de los dioses y responsable de que el sol salga todas las mañanas.
Tomo mi taza con mate de coca y dejo que el viento gélido siga cuarteándome los cachetes.
Mañana volveré a casa, pero antes de ir al aeropuerto he de subirme a un globo aerostático para flotar sobre San Pedro de Atacama y llorar de emoción por cumplir un sueño más: explorar el desierto más árido del planeta.
GUÍA DEL VIAJERO
Cómo llegar. Desde la Ciudad de México vuela a Santiago de Chile, para hacer conexión a Calama, el aeropuerto más cercano a San Pedro Atacama. La aerolínea LATAM tiene vuelos redondos desde mil 100 dólares (incluye impuestos y conexión). Tiempo estimado de viaje: 15 horas. Una vez en Calama se debe tomar un viaje por carretera hacia San Pedro Atacama, la ruta se cubre en una hora, aproximadamente. La mayoría de los hoteles ofrecen el transporte. www.latam.com
Dónde dormir. Hay hostales desde 30 mil 500 pesos chilenos (40 dólares, aproximadamente). www.sanpedrodeatacama.com
Airbnb. La mayoría de las casas ofrecen observaciones astronómicas gratuitas. Tarifas desde 54 dólares por noche. www.airbnb.mx.
Cumbres San Pedro Atacama. Hotel de lujo con habitaciones de adobe y ducha al aire libre. Una noche en plan Todo Incluido (alimentos, spa y dos excursiones de mediodía o de un día completo) cuesta 984 dólares. Las actividades incluyen guías especializados y alimentos. www.cumbressanpedro.com
Tour astronómico. Una Noche con las Estrellas cobra 30 dólares por persona. La experiencia consiste en observar la Vía Láctea a través de telescopios, con una clase de astronomía, vino y bocadillos. www.unanocheconlasestrellas.cl
Excursiones por separado. En el pueblo de San Pedro hay touroperadoras que ofrecen excursiones por todo el desierto, ya sea en bicicleta, auto o caminatas guiadas. Dependiendo del lugar, será el costo. Por ejemplo, el sandboarding en el Valle de la Muerte cuesta 30 dólares por persona. www.sandboardsanpedro.com
Aquí puedes encontrar todas las excursiones y sus precios: www.chileestuyo.cl
Moneda. Unos 659 pesos chilenos equivalen a un dólar. El mejor tipo de cambio lo puedes encontrar en las casas de cambio del aeropuerto de Santiago.
Permiso de entrada. Contempla 25 dólares para obtener el permiso de entrada a Chile. El trámite se realiza antes de cruzar migración, en el aeropuerto. Tenlo presente: solo aceptan pago en efectivo y los billetes no deben estar en mal estado, ni con rayaduras.
Clima. Las estaciones del año son inversas en Sudamérica. Es decir, cuando aquí es invierno, allá es verano. La temperatura promedio en el día es de 24° centígrados. En las noches, oscila entre los cero y los menos 10°C.
Huso horario. Son dos horas más de diferencia con respecto a la Ciudad de México.
Qué llevar. Indispensable: bloqueador solar, lentes de sol, sombrero, botas de montaña o calzado de suela antiderrapante y que cubra los tobillos. Chamarras, abrigos, ropa térmica y un buen protector de labios.
En línea. www.chiletourism.travel y www.sanpedroatacama.com