HUATULCO —. ¡Piso! Fue la instrucción del guía que nadie obedeció. No hubo tiempo para tirarme al centro de la balsa, la furia del agua provocó que saliera disparada. En vez de gritar “¡auxilio!” mis carcajadas y las de mis compañeros de viaje retumbaron entre las paredes estrechas de las montañas. La balsa de rescate me subió de nuevo a la balsa para continuar el recorrido por los rápidos del río Copalita.

Apenas recobraba el aliento y el ritmo para remar, cuando apareció una pendiente. La balsa bajó dando giros y esquivando enormes piedras. Un tronco torcido la detuvo, dejando caer sobre nosotros una buena cantidad de arañas.

No renuncié a la aventura, porque a eso vine: a una travesía de 18 kilómetros de rafting, aunque eso significara enfrentarme a mi aracnofobia.

En secciones, el río se calmaba, era el momento de admirar la frondosidad que las lluvias le dan a los árboles, de escuchar las porras que nos lanzaban los habitantes de la sierra y de perseguir con la mirada el vuelo de las fragatas y los patos.

Fueron casi cinco horas de enfrentarnos a rápidos de categoría III. La balsa daba tumbos como si estuviéramos montados en un toro mecánico o en un caballo desbocado.

Quedamos empapados de pies a cabeza, pero orgullosos de nuestra gran hazaña.

El recorrido termina donde el río se abraza a La Bocana, una playa de olas rebeldes donde las mujeres zapotecas hacen mascarillas con el barro que arroja la corriente del Copalita.

Para bajar esa adrenalina, los guías improvisaron un refrigerio con fruta fresca y sándwiches, en la orilla del río.

Pero tanta energía gastada en nuestra lucha con las furiosas aguas blancas, demandaba un menú más abundante, el cual encontramos en La Palapa de Andrés.

Las delicias de la costa

La camioneta cruzó las brechas de la sierra y, a pocos minutos de ingresar a la zona hotelera de Huatulco, nos detuvimos para conocer a Andrés. Los pescados y mariscos que cocina junto a su esposa le han dado fama en toda la bahía.

Debajo de una enorme palapa, estaba el hombre que dejó las cocinas de importantes restaurantes para ser dueño de una propia. En la mesa ya estaban servidas las tlayudas, los frijoles y pasta de habanero, como bienvenida.

Después, vino el consomé de camarón; el ceviche ventura con piña picadita y, por último, los camarones Copalita, la especialidad de la casa. La crema de chipotle y el tocino doradito y crujiente, con los que se acompaña el platillo, me hizo recobrar toda la energía.

En tierras oaxaqueñas no podía faltar el mezcal, mismo que disfruté recostada en una hamaca mientras contaba las conchitas que decoraban el techo. Son pequeños regalos que los pescadores le han llevado a Andrés por comprar sus productos frescos.

Pude quedarme a platicar mucho más tiempo con Andrés sobre los troncos que rescata del río para transformarlos en los muebles que decoran la palapa, pero había una persona más que tenía la curiosidad de conocer y de la que todos hablaban: la Güera Rubín.

Arte que ayuda

Santa Cruz es una de las nueve bahías que pertenecen a Huatulco, un destino creado hace 35 años por el Fondo Nacional del Turismo (FONATUR). En este destino donde es posible esnorquelear y abordar una lanchita para recorrer cada una de las bahías, encontré el refugio de Susana Rubín, la Güera.

Desde la plaza se veía una inmensa pared pintada con mariposas, corazones y el rostro de una mujer. Después de subir unas escaleras, la puerta se abrió para descubrir una galería de arte totalmente oaxaqueño.

En Mazunte, Susana descubrió que lo suyo era la pintura y que con ella podía ayudar. Así que dejó Argentina para venir a Huatulco a trabajar e incentivar a las comunidades, aquellas que yo pude ver en la sierra mientras hice rafting.

Para construir una escuela secundaria, buscó las manos creativas de las mujeres que sabían bordar. La galería se fue llenando de blusas, corazones y bolsas que ahora vende a precios realmente accesibles: un par de zapatos bordados cuesta 250 pesos; hay bolsas desde 800 pesos y, además, ofrece mole y conservas.

Un porcentaje de las ganancias se reparte entre las comunidades para cubrir una necesidad primordial: escuelas. Ahora sé que esas compras sin control ayudarán a alguien más.

La Güera me sugirió ir a la bahía de San Agustín. Al día siguiente, seguí su consejo.

Selva y el mar en cuatrimoto

Estuve una hora contemplando el cielo antes de que los rayos del sol se asomaran. Pude ver estrellas fugaces caer sobre Bahía Conejos, mientras tomaba una ducha al aire libre, en mi hotel.

El amanecer fue pintando el cielo de naranjas y morados, porque en Huatulco el atardecer no solo roba las miradas.

La escena es tan espectacular que los lugareños acostumbran reunirse en la playa para dar la bienvenida al primer día del año.

Dejé aquel idilio para unirme a una caravana de cuatrimotos que organizaron Denis y Toño, de la agencia Paraíso Huatulco. Me llevaron a explorar la selva hasta Bahía de San Agustín (la que colinda con las playas de Puerto Escondido).

Con paliacate y casco nos internamos en la selva. El camino nos llevó hasta el pueblo Bajos del Arena, donde los campos de piña, papaya y estevia se extendían en la inmensidad.

Al librar un camino de terracería, encontramos la salida hacia playa Coyote. Fue necesario subir una duna de arena para contemplar el mar abierto y furioso. No había alguna alma que estuviera dominando sus olas, solo una pareja que retozaba bajo una enramada.

Se alcanzaba a ver la Bahía de San Agustín. Allá fuimos, pero de vez en vez deteníamos las motos para admirar los acantilados tapizados de cactus, que le dan a la bahía un aspecto de oasis.

Me contó Denis que los habitantes impidieron la construcción de hoteles en esta zona, así que solo encontramos palapitas para comer y para rentar equipo de esnórquel.

La tarde se nos fue entrando y saliendo de una playa de aguas color esmeralda y tomando cocos con ginebra. Tres horas bastaron para quedar con la piel tostada.

Mezcal bajo la luna

A Ocean Bar llegué por recomendación del concierge del hotel donde me hospedé. En una pequeña colina de la bahía de Santa María, se alzaba una palapa alumbrada con luces tenues donde se rinde tributo a la cocina oaxaqueña.

La última noche en Huatulco tuvo sabor a atún con mole verde, ensalada de quesillo con aguacate, albahaca y chapulines. También hubo mojitos de fresa con mezcal.

En el restaurante esperé a Heriberto, él me llevaría nuevamente al río Copalita. Esta vez, sortearíamos sus aguas bajo la luna llena.

Los grillos y los sapos crearon la sinfonía. El agua corría con furia. Sin miedo, nos lanzamos a la aventura. Otra vez 18 kilómetros de rápidos que amenazaban con tumbarnos sin piedad al agua. Esta vez, nadie cayó.

Llegamos victoriosos a La Bocana, donde nos esperaba una fogata para brindar por la exitosa travesía en la oscuridad.

GUÍA DEL VIAJERO

Quién te lleva. Interjet. Vuelos redondos desde cuatro mil 100 pesos (impuestos incluidos). www.interjet.com.mx

Rafting. Aventura Mundo. Recorrido de día y de noche: 750 pesos por persona. Incluye transportación desde el hotel, alimentos y equipo de seguridad. www.aventuramundo.net

Tour cuatrimotos. Paraíso Huatulco. Recorrido: 750 pesos por moto, pueden ir dos personas. www.paraisohuatulco.com

La Palapa de Andrés. Andador Paseo Mitla. Desde Huatulco, un taxi te lleva por 60 pesos. Consumo promedio: 250 pesos por persona. Tel. (958) 111 1482.

Ocean Bar. Se ubica dentro del complejo residencial Cosmos, en Arrocito, Santa Cruz. Consumo promedio: 400 pesos por persona. Tel. (958) 100 4559.

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