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Viridiana Ramírez
viridiana.ramirez@eluniversal.com.mx
El ojo de Dios se debe tejer de noche, así la luna y las estrellas activarán su poder. Hacemos un bastidor con dos varitas de ocote, éstas se cubren con varias vueltas de hilo de color; uno distinto por cada etapa de nuestra vida, hasta crear un rombo. Se apaga la fogata. Entonces, los ojos se dirigen al cielo, el paso de una estrella fugaz es la señal para levantar nuestros amuletos, que desde ahora nos protegen contra las adversidades de la vida.
Quién sabe cuántos “ojitos” tenga Julia, pero le gusta enseñar su habilidad en el tejido a cada viajero que se aventura a conocer la Zona del Silencio, su hogar. Esté mítico territorio se encuentra en la Reserva de la Biósfera de Mapimí, punto desértico que comparten los estados de Chihuahua, Coahuila y Durango.
En este lugar hay que hacer un esfuerzo para conciliar el sueño. Nadie quiere apartar la mirada del cielo estrellado y con puntitos rojos que, para desgracia de los cazadores de fenómenos paranormales, se trata solamente de satélites artificiales que se encuentran alrededor del planeta. Las nebulosas (nubes de gases y polvo cósmico donde se generan nuevas estrellas) también se ven sin necesidad de forzar la vista.
La mañana siguiente
El amanecer es anunciado por el canto de los gallos y el mugir de las vacas. Es hora de prepararse para explorar las zonas núcleo, llamadas así no por la aparición de ovnis o porque la señal de los aparatos electrónicos se pierda —puros cuentos, dice Julia—, sino porque son las áreas donde la tierra, flora y fauna se conservar mejor.
La caminata dura unas seis horas. En el trayecto vamos encontrando cascarones rotos de tortugas terrestres. Es muy común ver esta especie que alguna vez estuvo en peligro de extinción, así como cactáceas moradas y montículos de roca tapizados con fósiles marinos.
Llegamos a unas pequeñas dunas para observar restos de meteoritos.
Al regresar al ejido La Flor, una comida y un taller de elaboración de quesos y pan de horno nos espera. Después, un paseo a caballo por los restos de una hacienda productora de sal.
Despedida sulfurosa
El último día, Julia me lleva a visitar unas aguas termales a 45 minutos del ejido, pero en territorio chihuahuense. El líquido sulfuroso brota en medio del desierto y es uno de los mejores secretos escondidos de la Zona del Silencio. La mañana se pasa volando.
Aprovechamos la tarde para visitar Ojuela, un pueblo fantasma con restos de una vida minera que tuvo su esplendor en 1598.
El viaje nos toma casi dos horas para llegar a un puente largo y viejo, suspendido entre dos cerros. Lo cruzamos aunque la madera cruja y los cables tensores que lo sostienen, rechinen.
El puente se convierte en la puerta de entrada a la antigua mina. Ya no hay vetas de plata, solo una mula momificada que para los visitantes se ha convertido en la principal atracción.
En el pueblo rentan bicicletas para recorrer las cañadas, pero Julia y yo preferimos regresar a La Flor para observar estrellas por última vez.
HERRAMIENTAS DE VIAJE
Cómo llegar
Vuela a Torreón. Interjet tiene vuelos redondos desde 2 mil 500 pesos.
Una vez en Torreón, debes tomar un taxi a Gómez Palacio (120 pesos) y otro al pueblo de Ceballos (100 pesos). Ahí pasa por ti el personal de la touroperadora Ejido La Flor.
Precio
Paquete de tres noches, con hospedaje en cabaña o tienda de campaña, alimentos y actividades: 2 mil 200 pesos por persona. Reservaciones: 045 (629) 106 4472. zonadelsilencio.com.mx