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viridiana.ramirez@eluniversal.com.mx
Un mal paso del animal y podría irse al desfiladero. Pero no sucede. La mula sabe dónde pisar. Quienes la montan, en su mayoría viajeros que vienen de tierras asfaltadas, no lo saben. Se aferran a la silla de montar y atienden la instrucción de su guía: nada de distraerse con los alacranes y correcaminos que pasan “hechos la mocha”.
Viajan a lomo de mula por jornadas de hasta cinco horas, a veces bajo los rayos de sol y, otras tantas, bajo la sombra de grandes cactáceas y palmeras espigadas.
Es una travesía para descubrir las pinturas rupestres de la sierra de San Francisco, Patrimonio de la Humanidad disperso en más de 500 cuevas rodeadas por cañadas y arroyos que delimitan la frontera entre San Ignacio y la Reserva de la Biósfera El Vizcaíno, en Baja California Sur.
La cueva de El Ratón marca el inicio de la ruta. En las paredes de roca aún se conservan figuras humanas y de animales, pintadas en rojo y negro. El mural supera los cinco metros de altura. Nadie sabe con certeza quién lo hizo. Pero se calcula que está ahí desde hace más de 10 mil años.
Interpretar las figuras no es fácil, se debe ir acompañado de un guía certificado ante el INAH, como don José Varela. Él cuenta que este arte rupestre es el más antiguo del continente americano y que algunas investigaciones mencionan que el grupo indígena cochimí fue el que desarrolló la mayoría de los trazos.
La oquedad más impresionante tal vez sea La Pintada, por conservar la pintura más grande, de 150 metros de ancho, dividida en tres galerías. También muestra figuras humanas, algunas con tocados en la cabeza que rematan en una especie de antena. También hay animales en tonalidades ocres y púrpura. Los restos de morteros encontrados indican que ahí se molían minerales para pintar las rocas. Las imágenes se repiten en otras cuevas, como la de Los Músicos, la Boca de San Julio y de la Soledad.
Los tres días de expedición —puede extenderse hasta por 10, si se quiere acceder a cuevas que todavía se encuentran en investigación— incluyen la experiencia de dormir en un campamento, cenar puntas de res alrededor de una fogata y contemplar la bóveda celeste en su esplendor, sin contaminación lumínica. Los guías proporcionan el equipo. No se olvidan de las protecciones de cuero para las piernas contra las mordidas de víboras de cascabel, y las casas de campaña con repelente contra las arañas patonas.
CUÁNTO CUESTA
Desde 537 dólares por persona. Incluye transportación desde San Ignacio (a 10 horas por carretera de La Paz, Los Cabos y Tijuana, aproximadamente), alimentos, permisos ante el INAH y pago de derechos por cámaras fotográficas y de video.
Estos viajes deben reservarse con seis meses de antelación. www.kuyima.com