La Perla del Papaloapan, como también se le conoce a Tlacotalpan, pueblo nombrado Patrimonio Cultural de la Humanidad en 1998, se ubica a 90 kilómetros al sur del puerto de Veracruz, en la ribera del río que los antepasados llamaban Papalot (“mariposa” en náhuatl).

A orillas del segundo río más grande en caudal a nivel nacional se dibujan las antiguas casas de mampostería que datan del siglo XVIII: altas y amplias, casonas de pilares y arcos de medio punto, cuyos techos artesanales de teja cobijan a los viajantes que vienen, pareciera, de un gran salto en el tiempo, buscando aquel México que añoran los más ancianos.

La famosa Fiesta de la Candelaria, del 29 de enero al 9 de febrero, es el pretexto ideal para visitar este municipio que esconde secretos tan antiguos como mágicos.

El domingo 31 de enero desfilarán cientos de jinetes en la magna cabalgata tradicional, que año con año es encabezada por una capitana, una teniente y una coronela, a través de las calles del pueblo. Todas las mujeres que cabalgan preparan su ajuar con meses de antelación, para que llegado el momento vistan con orgullo los hermosos trajes de jarocha en un espectáculo que maravilla a propios y extraños.

Al caer la noche llega también la verbena: el sonido de las jaranas y el zapateado en los cajones, a la voz de los pregones que los versadores cantan, dan la pauta para iniciar el mundialmente reconocido Encuentro de Jaraneros. Así, entre décimas y los brillantes arpegios de las arpas, se rinde tributo a un género musical único en su tipo: el son jarocho.

La Virgen que cruza el río
Pero la fiesta en Tlacotalpan es de la patrona y nada más de ella. Todo el alboroto y algarabía es para festejar a la Virgen María en su advocación de Nuestra Señora de La Candelaria.

Cuentan que en el siglo X, inició su veneración en la región sur de España. Más tarde, con la evangelización de los territorios conquistados en México, los frailes de la orden de San Juan de Dios comenzaron a propagar su celebración.

La imagen de la Virgen que se encuentra en el santuario de Tlacotalpan sostiene en su mano derecha una vela encendida, de ahí que se denomine “de las candelas”, es decir, de la luz.

Con su otro brazo sostiene al niño Jesús, recordando el episodio bíblico de la presentación en el templo. Ya entrada la noche del 1 de febrero, después de disfrutar de un gran concierto masivo con la actuación de artistas internacionales, todos deben acudir al templo a cantarle las mañanitas a la Santa Patrona.

Los festejos continuarán, y no faltarán bohemios y danzantes que alegren las calles.

El mero día de La Candelaria, 2 de febrero, saldrá una gran procesión de la iglesia, como pocas vistas: a la cabeza el obispo de Veracruz, seguido por las engalanadas cofradías católicas herederas de la más añeja tradición; atrás la triunfante banda de música de la Heroica Escuela Naval Militar de Antón Lizardo que, finalmente, junto con el resto del pueblo, escolta a la Virgen hacia el muelle para el tradicional paseo por el río.

La fiesta de la música y los sabores
Durante los días de la celebración, al caer la tarde, los jaraneros de distintas regiones del país se encargarán de que la fiesta no termine. La presentación de artistas nacionales e internacionales en conciertos masivos es una gran atracción.

Los riquísimos platillos y las refrescantes bebidas que los tlacotalpeños preparan no tienen igual: no hay quien se resista al sabroso arroz a la tumbada, los dulces típicos de leche, los toritos y cremas de cacahuate, fresa y, por supuesto, jobo y nanche, frutos tropicales que conquistan con sus mieles a todo el que los prueba.

Por estas razones y más, la fiesta de Tlacotalpan es una experiencia que se cuenta una y otra vez. www.tlacotalpan-turismo.gob.mx/turismo.html

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