La isla de Pianosa, frente a las costas de la Toscana, tiene un pasado oscuro como sede de una de las cárceles italianas de máxima seguridad, pero actualmente es el escenario de un proyecto que ayuda a presos a descontar su pena mientras cuidan de los campos y de las instalaciones.

El penal de Pianosa fue durante los años ochenta una cárcel de máxima seguridad donde se recluían a los reos acusados de asociación mafiosa, inaccesible para cualquiera que quisiera alcanzarlo, y vigilado día y noche por las autoridades.

El Gobierno italiano decidió cerrarlo definitivamente en 1998 y trasladar a los presos, por lo que la isla quedó abandonada.

En 2004 se puso en marcha el proyecto de reinserción y ahora, explica el inspector de la Policía Penitenciaria, Massimo Morlacchi, cuenta con "treinta presos en régimen de semi-libertad".

Los reos, que descuentan su pena, se encargan del cuidado de la isla y la acogida de los visitantes, pues tras años de aislamiento, Pianosa se ha convertido en destino turístico y forma parte del Parque Nacional del Archipiélago Toscano.

Morlacchi explica que los presos, que vienen de la penitenciaría de Porto Azzurro (en la cercana isla de Elba), son seleccionados "por un grupo de expertos que valoran la personalidad del detenido" para así saber si son idóneos para el puesto.

Los treinta participantes en el proyecto siguen una rutina. "El detenido sale a las 5 o 6 de la mañana y trabaja hasta la tarde, mientras que el personal de seguridad verifica que está en el trabajo, que trabaja bien y que respeta los horarios de salida y de regreso", relata Morlacchi.

Los presos se alojan en uno de los cinco edificios que sirvieron como centros de reclusión en la isla y, tras volver al edificio después de la jornada laboral, cenan juntos y no pueden salir a partir de una hora determinada.

Esta iniciativa es útil, según Morlacchi, para que los detenidos puedan aprender un trabajo y "tener la posibilidad de reinserción gradual", ya que en la isla pueden vivir un acercamiento continuo con el mundo exterior, sobre todo con los turistas que la visitan cada día.

El delegado del Ayuntamiento de la isla de Elba para Pianosa, Simone de Rosas, explica que "una parte trabaja en el huerto o en pequeños arreglos, como el cuidado para tener limpia la isla, mientras que otros son contratados por la cooperativa que gestiona el hotel y el restaurante".

El hotel-restaurante es el único que existe en la isla y está regentado por la Cooperativa San Giacomo, compuesta por responsables de la organización y algunos reclusos.

De Rosas recuerda que tras el cierre de la cárcel en 1998 los campos y todas las estructuras penitenciarias se quedaron vacías: "Era bonito y extraño ver como la isla fue abandonada de un día para otro, estaban las cosas como si hubiera habido gente hasta ayer".

Gracias al trabajo de los detenidos y de la Cooperativa San Giacomo, ahora Pianosa ya no está vacía y todos los días recibe un barco de visitantes con capacidad para 250 personas "que casi siempre va lleno", según De Rosas.

Aquella isla que sus moradores apodaban "la isla del diablo" es ahora un resquicio intacto de la naturaleza gracias a su condición de aislamiento durante tantos años, en la que el "único objetivo", según De Rosas, es reestructurar los edificios y decidir cómo reutilizarlos.

El delegado del Ayuntamiento de la isla de Elba para Pianosa puntualiza que este proyecto de renovación de las estructuras se tendrá que hacer respetando el medio ambiente, ya que si no Pianosa, que es "un paraíso", "perdería toda su belleza".

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