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En el marco de la despedida de los ruedos de Eulalio López “El Zotoluco”, Enrique Ponce tuvo una brillante actuación, ayer ante unos 30 mil espectadores en la primera corrida de aniversario de la Plaza México.

El valenciano toreó por nota, con sentido de unidad y el relajamiento que proviene del valor auténtico, a un toro de calidad de la ganadería de Fernando de la Mora, que mereció el honor del arrastre lento, ordenado correctamente por el juez Enrique Braun.

En todo momento brilló la estética personal del artista de Chiva. La donosura de los pases fundamentales, los sincrónicos cambios de mano y la poncina de su invención, provocaron que el público se le entregara sin reservas, como pocas veces hemos visto desde que pisó el ruedo de La México por primera vez en el año de 1991. Sobrado de herramientas para ejecutar el oficio, obtuvo las dos orejas tras dejar una certera estocada en buen sitio. No conforme con ello, dio pases que parecían imposibles a su segundo toro pero falló repetidamente con la toledana y el verduguillo en la suerte suprema, llegando a escuchar dos avisos. En el último, un cuatreño de pelaje blanco, de plano no hubo posibilidades de triunfar.

Era la actuación número 75 de “El Zotoluco” en la monumental de Insurgentes.

El torero que pasó de yunque a martillo, de torero cuña a figura, no tuvo la despedida soñada por culpa de la mansedumbre de los toros que enfrentó. En algunos momentos desplegó los recursos de su tauromaquia granítica, cerebral, de sólidas bases técnicas, y ofreció un ramillete de pimentosas chicuelinas que gustaron al público que abarrotó los graderíos en los dos departamentos. Le tumbó una oreja al segundo de su lote. El toro del epílogo se llamó “Toda una historia”, con 518 kilos.

Habiendo dejado atrás los instantes emotivos y lacrimógenos en que sus hijos Álvaro y José María le cortaron la coleta, abandonó el gigantesco escenario con un aire de decepción, el gesto duro. Iba compungido, como ajeno al momento, algo incómodo. Sabía que Ponce le había ganado la partida. Debe quedarle el consuelo del gran mérito que revistió su prolongada ejecutoria de 30 años de alternativa. Su esfuerzo indeclinable y su asimilación del toreo lo llevaron a convertirse con todo merecimiento en la figura mexicana más significativa de los últimos lustros. Y esa es una satisfacción del tamaño de la plaza.

Se lidió un encierro bien presentado, variopinto, con un par de toros atacados de kilos, de la ganadería hidalguense de Fernando de la Mora, que dieron un juego desigual. Destacaron por su gran calidad los dos primeros del lote de Enrique Ponce.

Después de rodar el tercer toro, se despidió el excelente picador potosino Ignacio Meléndez. Tenía bien ganada la vuelta al ruedo, que incomprensiblemente no dio. Al doblar el quinto, ‘El Zotoluco’ dijo adiós a la profesión con una vuelta al ruedo bajo las sentidas notas de Las Golondrinas. El ingreso al ruedo de los niños débiles visuales que apoya con su fundación, acompañados de una pancarta y un mariachi, restaron sentido taurino a la despedida. Siento que eso hubiera encajado mejor al inicio del festejo.

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