hector.morales@eluniversal.com.mx
Río de Janeiro.—Los Juegos Olímpicos cobraron sus víctimas antes de que comenzaran. Hubo gente que perdió su casa y fue desplazada hacia otros lugares para que se edificara el glamour de una justa deportiva que tuvo un presupuesto de 11 mil 777 millones de dólares. En conmemoración, los afectados crearon el “Museo de la Remoción”.
En ese “centro cultural”, antes de que el lugar tuviera edificios nuevos, escenarios atléticos cómodos y de primer mundo, había una favela que se llamaba “Vila Autódromo”. Fue derrumbada para darle paso a los lugares donde el nadador Michael Phelps o el equipo de basquetbol de Estados Unidos brillaron ante los ojos del mundo.
Pero hay restos de ese barrio que antes existía en Río de Janeiro. Una casa destruida y abandonada con pintas hechas con aerosol que hacen notorios sus reclamos y da la bienvenida. “Apartheid”, dice contundente en una pared con una bandera de Brasil que ondea justo atrás del mensaje. El gobierno quiso compensar y construyó una especie de fraccionamiento que luce casi en obra negra. Ahí, quienes se quedaron colocaron una exposición para retratar su protesta mediante fotografías.
“Desde hace muchos años, la prefectura de Río de Janeiro quería tirar a la comunidad que vivía aquí y utilizaron los Juegos Olímpicos como pretexto para llevarse a las familias de aquí”, lamenta en entrevista para EL UNIVERSAL, Delto de Oliveira, quien vive en el interior del “Museo”.
“Muchas personas tuvieron una indemnización para tener otra casa para vivir, pero muchas no consiguieron, están sin casa, viven en sitios que pueden y donde la prefectura los deja. Nosotros decidimos hacer este lugar”, añade.
Quienes fuera habitantes de esa zona acusan que hubo una “limpieza social”, que dejó en el desamparo a miles de personas que tenían hijos y sin algún empleo que les permitiera sobrevivir. El “Museo” también simboliza una lucha por la subsistencia. Se vende comida, café y hasta se ofrecen servicios de traducción para turistas.
Su fachada no tiene nada que ver con la suntuosidad que se presume en Río 2016, con los lujos que conlleva la organización de una justa mundial.
“La importancia de nuestro lugar es que no destruyeron casas, sino familias. Era un lugar pacífico con seres humanos que tenían 30 años de vivir en lugar. Yo estoy aquí siempre para tomar mi café”, señala Delto.
Los países que se atreven a proponerse como sede para recibir alguna competencia deportiva del máximo nivel suelen vivir consecuencias, que pagan sus habitantes más vulnerables.
“El lado ‘B’ de los megatorneos son los desplazados. En el Mundial 2014 fueron tres mil 500 los desplazados de sus hogares para construir instalaciones deportivas. Para Río de Janeiro habrá otros mil 500, es decir, hay por lo menos cinco mil en Brasil por los sucesos deportivos”, describe Miguel Ángel Lara, investigador en Estudios Sociales sobre Deporte de la Universidad Iberoamericana.
“Naciones que son elegidas como sede de algún megatorneo deportivo son crucificadas. Las cargas deben ser compartidas y los requisitos para organizar un Mundial o unos Juegos Olímpicos deben bajarse porque ya nadie puede cumplir con ellos”, concluye.
Río 2016 tiene un evento magno. Contraste con su gente más pobre, a la que le quitaron lo poco que tenía para que Brasil fuera el centro del mundo deportivo por un mes, mientras los desplazados sufrirán por años.