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Conforme Raúl González devora los últimos metros de los 50 kilómetros de la prueba de caminata en los Juegos Olímpicos de Los Ángeles 1984, las gargantas de los 90 mil aficionados que colman el Coliseo inyectan decibeles de ánimo para el mexicano, que con su playera blanca y el número de competidor 639 en el frente, tiene acaparadas las miradas de los asistentes y centradas  las tomas de televisión sobre él.

No es para menos, aventaja por seis minutos a su más cercano perseguidor, el sueco Bo Gustafsson, y está en camino de romper el récord olímpico. La batalla de Raúl dentro del Coliseo  es contra el cansancio y el fantasma de los jueces, que siempre  van a la par de  la marcha. Al resto, el neolonés los tiene rendidos. En la  penúltima recta de la pista de 400 metros, un aficionado irrumpe,  trata de darle en la mano una pequeña bandera con palo de madera, como las que se ondean en las ceremonias escolares. Pero González ni se inmuta, sabe que si toma el lábaro lo descalifican. Con paso de andarín baila con la gloria y finalmente la abraza a las 3:47.26 horas cuando atraviesa la meta y se toma el rostro para romper en un llanto dorado.

González es dueño de la presea de oro  en la prueba más larga y agotadora de los Juegos.  Sobre el tartán hirviendo por la alta temperatura del medio día del 11 de agosto de 1984, el regiomontano está llorando. El sudor es desplazado por lágrimas que le causa la sensación de alegría y nostalgia. Después de cuatro participaciones olímpicas, Raúl llega a la cúspide de su carrera con el metal más anhelado y, dicho sea de paso, una medalla de plata que una semana atrás consiguió en los 20 kilómetros de marcha.

“Siempre que recuerdo me llega un sentimiento de nostalgia, unas ganas de volver a vivir esos momentos por lo mucho que significaron para mí”, dijo Raúl González.

Luego de que en tres ediciones de Juegos Olímpicos González compitió sin obtener recompensa por su esfuerzo, en 1980 decidió emprender su preparación de manera solitaria, situación que marcó la diferencia y lo llevó al Olimpo.

“Trabajé idéntico que como lo hice de 1976 a 1980, con la misma intensidad, las mismas cargas, el mismo volumen, buscando las mismas competencias. La diferencia fue que para Los Ángeles me preparé yo solo y finalmente logré darle a mi país por lo que durante muchos años trabajé”, comentó el ex marchista.

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