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edgar.luna@eluniversal.com.mx
El meterle corazón, actitud y todos los adjetivos que quieran utilizar para enarbolar un triunfo en el que el buen futbol no fue constante, son más que apropiados para la Selección Nacional, que se calificó a las semifinales de la Copa Confederaciones al derrotar 2-1 a Rusia.
Tal como lo dijo Juan Carlos Osorio, podía ser un gran día, y quizá lo fue por el resultado, pero esto no oculta que México volvió a evidenciar falta de solidez defensiva; grandes distracciones que pusieron costar el triunfo y poca ofensiva.
El objetivo, lo mínimo que se le pedía a Osorio, se consiguió. Dentro del presupuesto de la Federación Mexicana de Futbol estaba calificar a las semifinales
México llegó con saldo a favor ante los rusos; el empate era suficiente para avanzar, más se le exigía el triunfo. Sí, Rusia era el anfitrión, pero ha pasado años en el oscurantismo futbolístico y su rol de poderoso en la Confederaciones solo se basaba en su localía.
Osorio volvió al cuadro base del empate ante Portugal, partido que para él fue una obra maestra. Dos cambios, uno de ellos obligado: Diego Reyes a la lateral por el lesionado Carlos Salcedo, lo que dio entrada para Néstor Araujo, fundamental en el juego para mal y para bien; y adelante un Hirving Lozano quien al fin vio luz con el gol de la victoria.
El tanto de Samedov, fue consecuencia de lo que siempre le ocurre a México: Mucho toque, dominio y poca efectividad. Fue 66 por ciento de posesión, pero que no valieron de nada en 24 minutos. Memo Ochoa fue ametrallado. El gol en contra fue justo, más allá de las polémicas por un par de penaltis.
También hay que decir que el empate fue justo. Ser más frontales comenzó a provocar que la pelota estuviera dentro del área, ahí la diferencia. Néstor Araujo, nervioso en defensa, cerró los ojos al rematar la pelota cruzada de Héctor Herrera. “Me di cuenta que era gol cuando todos me abrazaron”. La fortuna había actuado a favor del Tricolor.
Si hay algo que reconocerle a Osorio es que se dio cuenta de que Javier Aquino debía estar en la cancha por Carlos Vela. El oaxaqueño hizo que el equipo ya no fuera largo, hizo jugar más a Guardado e hizo que valiera la pena el sacrificio físico de Javier Hernández, alejado del gol pero cercano a la labor de equipo.
La trampa estaba tendida y Rusia cayó. Apareció el “Chucky”, intrascendente en la primera parte y valiente en la segunda. Voló como muñeco y aguantó la patada de Akinfeev para anotar el tanto de la diferencia. Se clasificó a semifinales, se cumplió con el presupuesto marcado, pero de nueva cuenta, con más sufrimiento del esperado.