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La herida que le dejó el Atlas al Guadalajara amenaza con ser mortal. Duele, sangra y arde, porque el 1-0 rojinegro de anoche provocó el dolor de las Chivas, que perdieron sin poder marcar gol de visitante y la eliminación ya les guiña el ojo.

Matías Alustiza incendió el estadio Jalisco. Provocó la desesperación del máximo rival zorro y encendió los corazones de La Fiel, que sigue con la esperanza de que este año es el bueno para romper la sequía de 66 sin títulos. Le sabría aún mejor si lo hace, luego de eliminar a su peor enemigo deportivo.

Guadalajara se quejó de que el golpe que le hizo el “Chavo” tuvo la colaboración de la daga arbitral. El Rebaño Sagrado rompió en amargura y reproches contra el silbante Jorge Pérez, porque éste marcó un penalti más que rigorista de Michael Pérez sobre Daniel Álvarez.

El delantero atlista dejó atrás la compasión y venció a Rodolfo Cota desde el manchón penal (30’). El visitante se topó con su peor acertijo: encontrar la ruta con el gol.

La anotación ahora para las Chivas resultó un tesoro que olvidaron. Su ruta se le convirtió en un manuscrito borroso e ilegible. Nadie en el club ha sido capaz de reescribirlo.

Y cuando Alan Pulido rompió esa sequía, un fuera de juego controvertido le arrebató la gloria. El asistente Andrés Hernández levantó su bandera y frustró la celebración.

Matías Almeyda, director técnico del chiverío, ha fallado en encontrar el remedio a la oleada de lesiones que ha aquejado a su equipo, sobre todo, en la parte creativa y definitiva de la cancha. Para Chivas es una proeza hacer lo que no ha podido en los últimos seis partidos: triunfar. Sí, la eliminación le acaricia.

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