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hector.morales@eluniversal.com.mx
Éxtasis de Copa. Desde el sufrimiento, desde el infarto, el Guadalajara se corona. Júbilo rojiblanco. Fiesta colectiva en el estadio Chivas.
Miguel Jiménez entregó el cuarto cetro copero al Rebaño Sagrado, al detener tres penaltis, luego del 0-0 en tiempo regular. Héroe que al inicio era anónimo y anoche se convirtió en inmortal. El portero suplente rojiblanco se agigantó tanto como lo reclama su club.
Cuarto título en la era Jorge Vergara y primero conseguido en su nuevo recinto. También rompe una sequía de 20 años sin alzar un trofeo en su feudo.
Una serie de penaltis que terminó 3-1 en favor de los rojiblancos. El palmarés tapatío crece, aunque conformarse con eso es poco. En la mira debe estar la Liga para las Chivas. Es lo único que va a saciar la sed de gloria de su fanaticada. Lo de ayer sólo fue un paliativo.
Presión y fiereza. El Rebaño Sagrado se propuso agobiar a los Monarcas. Machacarlos desde los primeros instantes del partido. Lo hizo. Estuvo cerca del gol, pero sus atacantes desperdiciaron cuanta opción tuvieron.
Morelia se sacudió. Los tiros desviados de Carlos Fierro, que descartaron la apertura del marcador, envalentonaron a la visita. Y los michoacanos se hicieron fuertes, mediante el envejecimiento del duelo. A mayor cantidad de minutos, mejor para ellos. Su fuerza anímica comenzó a superar el ímpetu local. La tribuna se apagó.
Laberinto indescifrable para el Guadalajara. Extraviado y sin profundidad. Sus bandas dejaron de servir. Vino otro golpe para el chiverío: la lesión de Ángel Zaldívar.
El atacante rojiblanco pisó mal y se lesionó el talón izquierdo. Es probable que se pierda lo que queda del semestre. Baja sensible.
A la mitad de partido, vino el abucheo. La fanaticada rompió en reproches en cuanto llegó el descanso. El sufrimiento estaba latente para la reanudación del duelo.
Guadalajara volvió a convertir sus ansias en buen juego y abrumó a la monarquía. A los cinco minutos del complemento, Sebastián Sosa evitó un gol cantado a Alan Pulido, con una atajada abajo, ante un cabezazo certero. De nuevo, la frustración.
Intento tras intento, el Rebaño comenzó a ahogarse en la intrascendencia de sus ataques. Ignoró hacia dónde dirigir el balón con el suficiente peligro.
Su rival renunció al partido. Chivas comenzó a padecerlo. Nada más difícil que jugar contra un equipo que quiere hacer todo lo posible por evitar un duelo de fuerzas.
Monarcas nunca quiso pelear por el título en el terreno de juego. Lo buscó siempre desde los 11 pasos. Fue su apuesta. Su mente estuvo, y era obvio, en los tres partidos de Liga que le restan para no descender.
Así aguantó y hasta preocupó al chiverío, que jamás pudo romper a su contrincante. El trofeo de campeón estuvo donde menos quería.
Pero ahí estuvo Jiménez y sus manos. Le dio una Copa al Rebaño, que engrosa sus vitrinas, pero aún no las llena como se debe.
Ahora, no hay más, la Liga es obligatoria para Guadalajara.