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Tuxtla Gutiérrez.— Se resistía a levantarse tras ser superado por el derechazo del volante Jonathan Fabbro. Además de significar la desventaja de la que el América no pudo reponerse, ese tanto significó el revés de Agustín Marchesín en su peculiar confrontación personal con Moisés Muñoz.
Eso explicó el dolor del meta azulcrema, quien dio un manotazo al césped del estadio Víctor Manuel Reyna, mientras Sergio Bueno y sus futbolistas celebraban un gol sabor a salvación (64’).
Ninguno como Muñoz, quien apretó fuertemente los puños y desahogó toda su rabia con el feroz grito que coronó el dulce momento. Un capricho del destino postergó un mes el reencuentro con el club de sus amores. Él aguardó paciente y, como lo adelantó, no mostró recato en la celebración.
Imagen repetida tras el silbatazo final del árbitro Diego Montaño. Aún le duele su salida, por lo que saboreó su diminuta revancha. Triunfo (2-0) que otorga oxígeno a los Jaguares de Chiapas en la lucha por el no descenso y les catapulta a zona de clasificación. Los nueve puntos que han logrado les bastan para estar en el sexto lugar.
Aunque su prioridad está en otro lado. Todos lo saben. Eso sí, siempre estuvieron conscientes que lo de ayer era especial para un hombre que mantuvo inmaculado su arco por tercera ocasión en el Clausura 2017. Apenas le han hecho tres anotaciones como elemento del conjunto sureño.
A diferencia del hombre que llegó a sustituirle con las Águilas, quien ha sacado el balón de su portería en ocho ocasiones, más otras cinco dentro de la Copa MX.
El segundo de anoche fue, en buena parte, culpa suya. Es cierto que Fabbro mostró todo su talento en el gol que abrió el marcador, pero el arquero argentino fue cómplice de Marcelo Estigarribia en el que decretó el revés para los dirigidos por Ricardo Antonio La Volpe (90’). El volante paraguayo se deshizo fácilmente de la marca del juvenil Carlos Rosel y definió, con la parte externa del pie izquierdo, a primer poste. Marchesín se la jugó a intentar cortar el servicio. Fracasó.
Como todas las Águilas, incapaces de imponer condiciones frente a un equipo formado con elementos desechados por otras instituciones y severamente atribulado fuera del lienzo verde.
El América controló la pelota 52% del tiempo, pero realizó el mismo número de disparos (cinco) que su contrincante. El más peligroso fue un ensayo de William da Silva, desde fuera del área grande, cerca del final en la primera mitad. El michoacano presumió su plasticidad con un vuelo que representó alejar el peligro.
Miguel Samudio también creó una valiosa opción cuando los locales ya ganaban por la mínima diferencia, mas el portero de los chiapanecos sólo tuvo que poner su cuerpo para desviar el balón.
Instantes gozados por un hombre que se abrazó con varios de sus ex compañeros antes del inicio, pero esa amistad fue guardada en el baúl del olvido durante los 90 minutos.
Por eso, no mostró el más minímo recato en la celebración, al tiempo que la directiva azulcrema —en un palco— y su rival de portería pasaron amargos tragos de severa frustración.