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Tendido sobre el césped del Estadio Azteca, atónito, Miguel Marín intentó asimilar lo que acababa de suceder. Al realizar un despeje hacia el defensa Francisco Mora, empleó demasiada fuerza en su brazo derecho y el balón terminó en la portería del Cruz Azul.
Mítico autogol que dio al Atlante la igualada frente a La Máquina (1-1), la tarde del 23 de mayo de 1976.
Enésimo clásico instantáneo de un hombre que hizo todo en grande sobre el lienzo verde, aunque no era distinto en el rol de simple ser humano.
“No hay una persona diferente dentro y fuera de la cancha. El carácter que todos veían dentro del campo, la personalidad, el compromiso... Todo eso era lo que pasaba fuera de la cancha”, comparte Max, hijo del “Superman”, vía telefónica. “Por eso también ese grupo tenía, fuera de la cancha, la amistad y el compromiso. No hay una diferencia. Quizá, en la casa, es lo que la gente no percibía, pero la personalidad era exactamente la misma, la exigencia para con nosotros era igual a lo que pedía a sus compañeros”.
Lo que Max agradece, a 25 años de su partida: “Muchas de las personas que me hablan de él dicen que se lo toparon fuera de la cancha y los trató muy bien... Es un orgullo y ejemplo”.