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hector.morales@eluniversal.com.mx
Guadalajara.— Tardó. Pero esa risa macabra, la de la venganza, por fin llegó para el América. Ricardo La Volpe le pega a Jorge Vergara y su equipo. Dulzura en la boca azulcrema. Las Águilas se cobraron todas las afrentas que el Rebaño Sagrado les propinó en el semestre de su centenario. Bastó un “cepillazo” de Oribe Peralta.
Las Águilas pueden seguir con su celebración de siglo de fundación. Pisotearon a domicilio al Guadalajara. El estadio Chivas sucumbió al silencio ante el boleto azulcrema a semifinales del Apertura 2016. Fiesta del “ave bigotona” con su victoria de anoche: 1-0 (2-1 global).
Ni quien se acuerde del 0-3 liguero o la eliminación copera. El paladar americanista venció en el Clásico de clásicos más importante de todos los jugados en este torneo.
América mantuvo vigente la tra dición. Siempre ganó el juego de vuelta en cuartos de final ante el Rebaño Sagrado. Cinco de cinco. Ayer se confirmó esa historia. Con ese triunfo, los capitalinos han avanzado en ocho de 10 ocasiones en que se han medido a los rojiblancos —en series a eliminación directa— dentro de fases finales.
El nerviosismo, la tensión y zozobra se apoderaron de ambas escuadras. Buscaron más el pase seguro antes que arriesgarse a entregar mal un servicio que generara consecuencias que pagar.
Falta de profundidad, ausencia de emociones en las porterías. América descartó el achique defensivo que ejerció en el partido de ida y prefirió la cautela.
Chivas quiso jugar con la ansiedad de su contrincante, necesitado de anotar para mantenerse con vida. Fueron unos primeros 20 minutos de estudio, en los que ninguno quería tener un yerro doloroso que se convirtiera en un tanto que inclinara la balanza en su contra.
Con su velocidad y potencia Renato Ibarra y Carlos Darwin Quintero intentaron romper las bandas rojiblancas. Por Chivas, Carlos Peña buscó conjuntarse con Alan Pulido, aunque el éxito en esa empresa estuvo distante.
Los nervios también recayeron en el árbitro Roberto García Orozco. El juez, víctima de las constantes quejas de Ricardo Antonio La Volpe, tuvo cierta disparidad de criterio en sus decisiones. Faltas apretadas a favor de las Águilas las señalaba; las que favorecían al Rebaño las dejaba correr. Para su fortuna, ninguna generó mayor polémica durante la primera mitad.
Matías Almeyda y el “Bigotón” eran una calca. Ambos, al borde de su área técnica. Manotazos, gritos, caminar dubitativo. Tenían la ilusión cuando había alguna jugada que pudiera generar una anotación. Se lamentaron cada vez que sus respectivos alumnos fallaban en el último pase, el que pudiera ser letal ante la portería contraria.
La opción más peligrosa de la parte inicial fue obra de Carlos Cisneros, quien estuvo a punto de sorprender a Moisés Muñoz con un tiro centro desde la banda derecha. Mas el meta americanista reaccionó para enviar a saque de esquina. Los azulcrema apostaron al balón detenido y a los contragolpes que pudieran encabezar Quintero e Ibarra.
Juego que transitó en la cuerda floja durante la primera mitad. Cualquier descuido podría ser la eliminación. El medio tiempo sirvió para tomar un respiro y ajustar, porque los siguientes 45 minutos serían los últimos en que se verían las caras Chivas y Águilas. Sólo uno quedaría vivo en el campeonato.
Y el partido terminó por romperse. Oribe Peralta, alguna vez chiva (refuerzo dentro de una Copa Libertadores), se levanta en un tiro de esquina fulminante, que envía Ibarra. El “Cepillo” ejecuta un cabezazo certero, que deja inmóvil a Rodolfo Cota (54’). Los americanistas, minoría en las gradas, agitan orgullosos sus playeras. Enloquecen con el 1-0. Los capitalinos ponen contra las cuerdas a su máximo enemigo en el momento justo.
Chivas nunca despertó. Su ímpetu se transformó en desesperación. Sus ideas al frente fueron nulas. Los centros frontales y la carencia de juego ofensivo asfixió a la nublada escuadra tapatía.
América solventó el juego hasta que expiró y su pase a la antesala de la final se consumó.
Levantó los brazos y soltó la carcajada de la venganza al Guadalajara, la más dulce de todas.