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edgar.luna@eluniversal.com.mx
Columbus.— Amaneció nublado en Columbus. Mucho frío, mucho gris en el paisaje. No sale el sol.
La comunidad latina en Estados Unidos se durmió con tristeza y se despertó con miedo al enterarse que era realidad, que Donald Trump será presidente de esta nación por los próximos cuatro años, por lo menos.
Hay gente que ha entrado en desesperación, desde ya piensa en cómo regresarse a su país, otros se han resignado, hasta que los agarren seguirán como hasta ahora, viviendo bajo el amparo de la indiferencia y la ilegalidad; los demás son indiferentes, no va a pasar nada.
¿Nada?
Las camisetas de la Selección Nacional rondan por las calles de Columbus. Son pocas, este estado es donde los mexicanos brillan por su ausencia, pero hay, existen, como Manuel y su hijo Eduardo; como Juan y su compadre Miguel, como José Luis y su familia.
En la soledad que sienten buscan ayuda, no saben de dónde, quizá hasta del mismo futbol mexicano… hasta de la misma Selección.
“Sería bueno que dejaran de venir a jugar aquí, para que los que hacen los partidos vieran el dinero que van a perder”, opinan algunos.
Otros lo toman como medida radical, “no, por qué nos vamos a castigar así, es la única forma de ver de cerca a nuestra Selección”.
Cuestión de perspectiva, cuestión de temor.
Manuel trabaja en la construcción. Es de Oaxaca, su esposa de la Ciudad de México. “Me quedé despierto hasta las dos de la mañana. Mi mujer estaba llorando, se puso a hablarle a todos los familiares de México, ya se quiere regresar, dice que nos van a quitar a nuestros dos hijos”.
Hace 17 años Manuel cruzó el Río Bravo, “entonces era más sencillo que ahora”. Caminó mucho, y no dejó de caminar hasta establecerse en Columbus, donde hace mucho frío. “Mis hijos son de aquí, pero yo nunca he arreglado mi situación, soy ilegal. Tenemos miedo, mis chamacos han entrado en pánico. No es bonito ver a tus hijos temblar por algo que no sabes si va a pasar… Puede ser, quizá no… No lo sé”.
—¿La Federación debería presionar no trayendo a la Selección a jugar a Estados Unidos?
—Eso nunca va a pasar. Sabemos que vienen aquí no por hacernos un favor, sino por dinero. Eso lo deberían de haber hecho desde hace años, cuando comenzaron las reformas migratorias. Los artistas sí lo hacen, no vienen a los estados donde hay racismo, pero en el futbol no pasa eso.
Pero Juan, junto a su inseparable compadre Miguel es de otra idea. No quiere decir a qué se dedica… “sólo trabajo” dice, “y eso cuando quiere”, completa su amigo riéndose.
“¿Qué? ¿Qué dejen de venir? Ni madres, así los veo de cerquita como ahorita”, dice agradecido por ver de lejos a Memo Ochoa.
“No me importa si llegó Trump o Hillary [Clinton] a la presidencia. Yo vivo como siempre, me cuido de que no me agarren. Trabajo donde puedo, siempre hay trabajo, gano lo que puedo… ¿verdad compadre?”.
“¿Sí compadre?”, contesta rápidamente Miguel… él le dice Mike.
Si llegara a ocurrir, si lo llegaran a regresar a México, “pues me vuelvo a pasar. Ya lo he hecho cinco ocasiones. Cada rato me cruzo por El Paso [Texas]. No va a cambiar nada. ¿verdad compadre?”.
No muy lejos José Luis oye a Juan. Él vive en Boston y vino a Columbus a ver a la Selección Nacional. Es de los pocos que tiene boletos para ir al juego de mañana, no sabe si será el último que podrá ver.
“Estamos frustrados, nadie se esperaba esto. Pero no habrá cambio. Trump habló muchas cosas malas pero no podrá poner en práctica todo lo que dijo, no nos puede echar a todos… ¿Quién va a trabajar acá?”, dice quien labora como gerente en un restaurante, en Massachusetts.
Asegura que lo que sí habrá es “una guerra psicológica, pero es lo mismo de siempre. He vivido desde hace 25 años aquí, he vivido en varios estados donde las leyes son más severas y en otras no tanto. Todo depende de cómo uno se porte”.
—¿Cómo podría el futbol mexicano apoyar a los latinos, a los mexicanos?
—Fácil. Los latinos que trabajamos tenemos dinero y cuando viene la Selección los estadios se llenan. Si la Federación ya no programa partidos aquí se dejaría sentir.
El sol se asoma en Columbus, pero no demasiado. Apenas se aparece para intentar calentar a quien camina por sus calles grises, desoladas, serias. Aquí casi nadie ríe, casi nadie canta, aquí no se oye el andar latino, un andar escondido en la tristeza y el miedo a lo desconocido.