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Esa imagen de entrenador frío que suele acompañarle quedó enterrada después del silbatazo final del juvenil árbitro Fernando Hernández. Justo cuando su suerte parecía echada, Ignacio Ambriz fue rescatado por sus jugadores, quienes protagonizaron otra épica remontada en el Clásico Joven y acentuaron los fantasmas del Cruz Azul.
Inolvidable victoria (4-3) construida con amor propio, su mejor futbol y la invaluable colaboración de Aldo Leao Ramírez, cuya expulsión fue la catarsis de un partido que termina las especulaciones sobre la permanencia del entrenador amarillo y aumenta las críticas para Tomás Boy, porque su decisión de agazapar a La Máquina representó el suicidio.
Resultado que sirve de bálsamo para Nacho, quien por fin sonrió cuando Pablo César Aguilar remató aquel gran servicio de Rubens Sambueza (89’). Era simple cuestión de tiempo, porque el visitante asfixió a los Cementeros desde que tuvieron superioridad numérica.
Ambriz hasta rió y sus ojos se tornaron cristalinos cuando Silvio Romero firmó su doblete (92’). El América no se conformó con igualar. Durante los últimos años, es la genuina “Bestia Negra” de La Máquina y lo volvió a demostrar. Renato Ibarra puso un gran servicio al “Chino”. Lo demás, simple rutina para un depredador del área.
Fue entonces que empezó el caos. Presa de la frustración, Enzo Roco se metió en el apoteósico festejo crema. Recibió un puñetazo y la bronca estuvo a punto de comenzar. Al final, buscó a Michael Arroyo para desquitarse. No llegó a más
Obsequio para un pueblo que se sentía lacerado durante el semestre en el que su equipo cumplirá 100 años de existencia. La reacción del complemento, esa que fue con mucho más amor propio que futbol, quedará como invaluable recuerdo durante un semestre tan importante.
El del Cruz Azul lloró intensamente, porque ha recibido otro mazazo. Esta vez, uno de sus futbolistas fue clave. Ramírez cometió una dura falta sobre Javier Güemez. El cartón carmesí fue inmediato, al igual que las señales de vida por un equipo que lució en agonía durante la mitad inicial.
Boy estaba consciente de que sucedería. Por eso reclamó airadamente a Aldo Leao durante su camino al vestuario. El contención colombiano, con la sangre a punto de ebullición, le contestó en el mismo tono. Las mentadas de madre fueron mutuas.
El polémico entrenador seguía en eso cuando Oribe Peralta apareció sin marca en el área azul y no falló a su costumbre de vencer a José de Jesús Corona (54’).
Iniciaba otro partido. La oda azul de los primeros 45 minutos quedó como simple anécdota para un equipo que se fue con las manos vacías, se aleja de la zona de Liguilla, pone en duda la continuidad de su estratega y, lo más doloroso, volvió a decepcionar a su gente.
Castigo a su estilo rácano del segundo tiempo, en el que no aprovechó tener de rodillas a su máximo adversario. Porque lo del primer tiempo fue por nota.
Desde que el silbante marcó la enésima falta cometida por las Águilas en los linderos de su área, Christian Giménez pidió hacerse a un lado a todo aquel que osara acercarse al esférico. El “Chaco” sabía que era su momento. Boy le devolvió la titularidad y el símbolo cruzazulino respondió con un clásico instantáneo. Obra de arte fabricada con su pierna derecha (18'). Comenzaban siete minutos de vértigo azul y suplicio amarillo.
Jorge Benítez no subió su nombre a la marquesina, pero cumplió un rol muy valioso. Mostró toda su habilidad en esa pintura que creó ante Osmar Mares, Pablo César Aguilar y Güemez. Quería anotar, pero estaba escrito que era la tarde de Giménez, a quien cayó el rebote y no perdonó (21').
El América lucía tambaleante, sin fuerza... Y uno de sus principales adversarios no le perdonó. La tensión traicionó a Rubens Sambueza, quien cometió un penalti sobre el “Conejo” Benítez. Fue una de las tres penas máximas que se hicieron en el juego, aunque Hernández no señaló una a favor de cada equipo. Ésta fue convertida por Francisco Silva (25’).
Éxtasis celeste frente al dolor americanista, cuya cúpula no soportó más. En cuanto el “Gato” anotó, Ricardo Peláez y José Romano, presidentes deportivo y operativo de los azulcrema, respectivamente, abandonaron el palco que les fue asignado. Preparaban el enérgico regaño que todo el equipo se llevó, incluso Ambriz, durante el descanso.
Porque construyeron una inolvidable hazaña en poco menos de 40 minutos. Con Romero como figura, pero el amor propio como ingrediente principal. Sí, en el semestre de su centenario, el América ha salvado a Ambriz y creado otro instante de gloria en su fantástica historia.