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hector.morales@eluniversal.com.mx
Río de Janeiro.— Cuando tomó el balón, Neymar supo que esos 11 pasos que tenía que convertir en gol eran el sendero hacia la gloria. No desaprovechó ese camino hacia la inmortalidad. Le dio lo que nadie a su país y lo único que le hacía falta a la gloriosa historia del balompié brasileño: el oro olímpico.
Hizo válida su categoría de crack. Ese habilidoso jugador que desquicia rivales, fue capaz de incendiar los corazones de los fieles, luego de finiquitar una tanda de penaltis (5-4), que asomaba una nueva tragedia para la Canarinha. Su envío fue certero, engañó al portero. Saltó de felicidad y corrió, mientras la tribuna se encontraba en éxtasis. Saldó una deuda añeja para el balompié que presume ser pentacampeón del mundo.
Sufrimiento desmedido para Brasil. Su selección Sub-23 no pudo pasar del empate 1-1 en tiempo regular y la prórroga. Rondaban los fantasmas en el Maracaná. En ese estadio, Brasil escribió uno de sus episodios más negros, cuando perdió la final 2-1 ante Uruguay en el Mundial de 1950. Nadie olvidó tampoco la estrepitosa caída con los teutones en la Copa del Mundo 2014 (7-1). Había miedo.
Al final, disfrute doble, porque lograron desquitarse un poco de aquella vergüenza sufrida a nivel mayor contra los germanos y porque a las vitrinas de su futbol ya nada le falta.
Duelo tenso para los brasileños. Alemania encontró la manera de poner el balón tres veces en el travesaño en la primera mitad. Al 41’, el portero de los anfitriones, Weverto, jugó con fuego, luego de atrapar sobre la línea de gol la pelota. De pronto pareció que ingresaba la totalidad de la misma, pero los árbitros no lo decretaron así.
Mas el golpe de talento que tuvo Neymar en sus pies al 26’ desequilibró un juego en el que Alemania tuvo más tiempo y con mayor idea la pelota. Brasil fue empujado más por el estado de ánimo de su público, que por las dosis de buen futbol. El astro del Barcelona marcó un golazo digno de su etiqueta de crack al poner el balón en el ángulo en un cobro de tiro libre.
El silencio al Marcaná llegó. El recintó enmudeció cuando Maximilian Meyer logró cruzar un servicio desde la banda derecha (59’). El capitán alemán lo anidó y sus gritos se escucharon en todo Río, porque los rostros de los brasileños sólo sufrían la decepción.
Creció la angustia. La Verdeamarela resintió el golpe anímico durante varios minutos. Poco a poco comenzó su despertar y asedió la portería alemana. De nuevo, con más entrega que virtuosismo. La ausencia de brillo llamó la atención, porque la historia del balompié brasileño siempre le pone luces al deporte cuando gana.
Había dudas de un combinado que tuvo problemas para superar la primera ronda de Río 2016. Acudir a la final había sido obligatorio, tanto como ganarla. Brasil se quedó con la frustración de perder las finales del torneo varonil de futbol olímpico en Los Ángeles 1984, Seúl 1988 y Londres 2012.
El escenario parecía que se repetiría y se mantendría esa maldición en la máxima justa deportiva de la humanidad. Pero en Río 2016, Neymar encontró la forma de evitar una catástrofe. Fue el héroe que reclamaba su patria futbolera. No falló en su decisivo penalti. Gracias a él, la gloria de Brasil ya está completa.