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Houston.— Al minuto 33 de juego, Lionel Messi enterró el nombre de Gabriel Batistuta y se convirtió en la leyenda albiceleste.
Argentina calificó a la final de la Copa América Centenario para aspirar al título 15 en su historia en este torneo y el primero en cualquier competencia desde 1993, al derrotar 4-0 a Estados Unidos.
Además, es la tercera final en tres años seguidos para el equipo dirigido por Gerardo Martino: la final del Mundial de Brasil 2014; la final de la Copa América de Chile 2015 y ahora la Copa América del Centenario.
Y fue de la mano de Messi, quien se convirtió de esta forma en el máximo goleador de la Albiceleste al llegar a 55 anotaciones.
El mejor jugador del mundo dio otra muestra del porqué lleva sobre la espalda esa etiqueta, ya que jugando a tres cuartos de su capacidad pasó de calle sobre los estadounidenses, que ofrecieron resistencia física, nada más.
Argentina, parece, está más cerca que nunca de acabar con la malaria que se le ha subido al cuerpo y al alma desde 1993, cuando el conjunto, en ese entonces dirigido por Alfio Basile, derrotó a México en la final de la Copa celebrada en Ecuador.
Después de ese logro han venido todo tipo de finales y torneos para la Albiceleste que no ha logrado dar el paso concluyente.
La “Pulga” tendrá otra oportunidad para coronarse, para demostrar que no es un “pecho frío”, que es un ser que se esconde bajo la coraza de Javier Mascherano en los momentos culminantes. Con una corona sobre su cabeza podrá al fin compararse con los inmortales del balompié, aquellos que no lo dejan sentirse inmortal aún.
Apenas a los tres minutos, Leo mostró que su pie es un artículo de colección. De primera intención le puso por lo alto un balón exacto a la entrada de Ezequiel Lavezzi, quien con la cabeza venció la tardía salida de Brad Guzan para poner la ventaja del lado albiceleste.
A partir de ese momento, el ritmo lo marcó Argentina, que aceleró cuando quiso, que desmayó cuando se aburrió y que mató cuando se lo propuso. Y quien mató fue su máxima futbolista.
A los 31’, el balón estaba a la espera de quien quisiera convertirlo en figura. Messi lo tomó entre sus manos, lo acarició, lo colocó y le dijo a donde lo iba a colocar con su pierna zurda. Lo metió al ángulo superior izquierdo, al palo que debía defender el portero, que perdió la colocación una sola milésima de segundo para caer vencido y maravillado por la belleza hecha gol.
Golazo con toda la firma del genio que está en su punto, que está a gusto en esta selección de Argentina, que se mueve a su ritmo, a placer.
La intensidad de Estados Unidos nunca se perdió. Los locales siempre lucharon con la esperanza de armar uno de esos regresos dignos de película hollywoodense, pero no todas las historias tienen un final feliz para su lado.
Al inicio del segundo tiempo, Gonzalo Higuaín puso el tercero en la frente de los estadounidenses. Higuaín evidenció que los malos momentos con la selección han quedado en el olvido, y que el goleador ha vuelto.
El resto del tiempo que quedó del partido jugó en contra de los argentinos, ya que sus futbolistas fueron cayendo uno por uno por lesiones musculares o accidentes con tintes dramáticos y espectaculaes.
El más dramático fue el de Lavezzi, quien al ir por un balón a la línea de banda se estrelló con los anuncios, cayendo de cabeza y lastimándose un brazo; se teme fractura.
Los mexicanos presentes en el NRG de Houston comenzaron a gritar “siete, siete”, en busca de consuelo por lo sucedido en San José, cuando Chile humilló a México. Higuaín metió el cuarto a pase de Messi, en una combinación que comienza a convertirse clásica.
Al final, Argentina fue discreta, díscola, pues no explotó todo su potencial, porque jugando a medio gas se dio cuenta que era más que suficiente para superar a Estados Unidos, que se fue satisfecho con ser semifinalista.
Messi y Argentina, por otra final. Messi histórico, el mejor goleador de la Albiceleste. Sólo le falta la corona.