Fausto Quirarte nació en el barrio de Las Barranquitas, en la ciudad de Guadalajara. Era bueno con las manos y en las cascaritas siempre jugaba de portero. Fausto tenía el sueño de jugar profesionalmente en el Guadalajara y ocupar el lugar de Fausto Prieto, cancerbero de las Chivas por los años 30.

Su sueño se cumplió. Don Fausto defendió con gallardía la puerta del equipo tapatío. A finales de los años 50 se retiró, dejando su legado en las piernas de uno de sus hijos, Fernando, a quien con el tiempo le llamaron el ‘Sheriff’ y en 1986 anotó el primer gol de México en el Mundial del 86.

Unos meses antes, en enero de ese año, don Fausto decidió que era tiempo, quería mirar en el mejor lugar el juego donde su hijo haría historia. Se fue al cielo, a ver el partido en primera fila, en el mejor sitio para gritar un gol especial.

“Me avisaron mientras estaba en la concentración en el Cencap... Fue duro. Fui a despedirlo, dos días estuve fuera. Regresé y el equipo me apoyó”, recuerda Fernando Quirarte.

Cuando remató con la cabeza el centro enviado por Tomás Boy y que mandó al fondo de la cabaña de Bélgica, hace 30 años, lo único que pensó fue en salir corriendo y mirar al cielo. Las lágrimas no lo dejaban ver claramente, “pero estoy seguro que lo vi allá arriba aplaudiendo el gol”, el primer gol de México en el Mundial de 1986. 

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